Sermón del 20 de diciembre

Queridos hermanos y hermanas,

La bendición del Señor caiga de lo alto sobre nosotros a nuestro espíritu necesitado en la recepción de su Palabra santa siempre. Amén.

Ciertamente, Señor los pecados me agobian, el pecado se me hace pesado, verdaderamente la muerte de tu Hijo en la cruz es suficiente para que sean quitados, siempre en tu gracia y misericordia, bendito sea tu nombre.

¡Reavívame en tu poder, ven en mi ayuda!

Asistimos en el texto del evangelio de este domingo a la glorificación de la sencillez, la simpleza y la humildad. Fue de una mujer sencilla y humilde la exclusividad de traer en su seno al Hijo de Dios.

El Hijo de Dios lo es desde la eternidad, pero en su encarnación en este mundo lo es desde el mismo momento de su concepción, desde la concepción hay vida, pero esta vida no es una vida común, es la vida del Dios de la vida, el Creador del universo de todo lo visible y lo que desconocemos que existe todavía, que no es que no exista, sino que no lo hemos podido conocer todavía.

Como cristianos abogamos y debemos de abogar por todo tipo de vida desde su concepción y la continuidad de la vida hasta el momento que Dios decida para cada uno de nosotros, cuestión que no debemos desdeñar a pesar de que el hombre crea que tiene parte en esta voluntad de sostener la vida, pensando neciamente.

María no se asustó, se maravilló de lo que le había sucedido en el anuncio del arcángel San Gabriel, aceptó y asumió la soberana voluntad de Dios para ella. Elisabeth no dejaba de dar gloria a Dios por el mayor profeta del AT que llevaba milagrosamente en su seno, como de arrodillarse ante el vientre de María hogar del Dios y hombre a la vez, alabando al Señor por ello.

La bajeza de su sierva es el detonante de la voluntad poderosa de Dios para que diese a luz al Salvador. No fue dado a los ricos, ni a los poderosos de este mundo, sino a una sencilla mujer de la tribu de Judá, de la que la promesa anunciaba la venida del Mesías.

Sí, y no vendría solo, sino que como Moisés recibió revelación: “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta.” Deut 18, 18-19 

De esa misma manera, el Señor abre el camino del Cristo, con un heraldo poderoso en palabra divina, no en su propia opinión o sabiduría. Un hombre rendido a Dios, humilde y consagrado a la tarea de anunciar que el Mesías había llegado ya, para condenar a Satanás, el pecado y la muerte por siempre, aliviando esta carga en su pueblo. Un pueblo que veía como era incapaz de sobrellevar la Ley santa de Dios, y que clamaba interiormente por su liberación en un acto de la gracia de Dios.

Iglesia de Cristo, no desmayes, ni tengas temor sino: “¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca.” Fil 4, 4-5.

Sí, bendita tú que traes en tu vientre santificado al autor de nuestra salvación, bienaventurada tú entre todas las mujeres que nos traes pronto a Cristo nuestro Señor. Gracias por no rechazarlo, gracias por cuidarlo, por amamantarlo, por limpiarlo, por educarlo, para que cumpla fielmente su plan eterno.

Sí, nuestro ser entero, espíritu, alma y cuerpo, clama y pide con “toda oración y ruego, con acción de gracias” Fil 4, 6 por la liberación de nuestras cadenas, que nos angustian y oprimen. Cristo no sustituiría mi angustia y opresión de forma gratuita, no la haría desaparecer sin más, sino que Él se vistió de mi angustia, de mi opresión por el pecado en aquella dura cruz, ganando para mí la paz de su cuerpo y su sangre derramada que hacía satisfacción y expiación por mi pecado. Mientras su vida se derramaba por mi culpa, sobre mí cayó la paz, sobre mi consciencia de este hecho, sobre mi corazón y sobre mis pensamientos.

Nuestra hermana, María nos traería entre sus brazos a Éste, llamaría a Juan el Bautista para señalárnoslo y asentir esta verdad después de hacerle saltar en el vientre de su madre, donde ambos se oían, se presentían, se amaban, se coordinaban para llevar a cabo la proclamación del plan salvador. Plan escondido de reyes, poderosos, sabios, tiranos, opresores, entrometidos, y soberbios. Abiertos para todos los hombres, pero al que se atreven a responder los humildes, débiles y menesterosos de espíritu.

Gracias, Padre, por darnos de este pan de vida a los hambrientos de salvación.

Gracias, Padre, por darnos a beber la copa de salvación hasta apurarla para nuestro bien, cumpliendo la promesa a tu siervo Abraham, padre de todos los que por fe vivieron y vivimos de día en día, mirando nuestra bajeza y socorriéndonos. ¡Ven Señor pronto!

La gracia del Padre, la bendición del Hijo y la paz del Espíritu sean con todos nosotros. Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on diciembre 22, 2020

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