Sermón del 12 de abril

Sermón de la Fiesta de la Resurrección de Cristo

Madrid, 12 de abril de 2020

Texto: San Marcos 16:1-8

“Cuando pasó el día de reposo, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle. Y muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, ya salido el sol. Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande. Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo. Y ellas se fueron huyendo del sepulcro, porque les había tomado temblor y espanto; ni decían nada a nadie, porque tenían miedo.”

Queridos amigos y hermanos en Cristo; “Paz a vosotros, de Dios Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo.”

Quiero anunciaros un hecho portentoso para cualquier hombre o mujer que haya nacido en este mundo: ¡Cristo, ha resucitado!

Pero ¿cómo ha podido ser esto? María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé, se habían preparado para embalsamar y tratar el cuerpo inerte del Señor como era la costumbre. Dar honra al cuerpo de una persona, es parte mismo del respeto por la sacralidad de la vida que lo contuvo, y nos hace más humanos, cuánto más la del Señor. Ellas tenían una cita con un muerto. Las advertencias de Jesús sobre la necesidad de morir a mano de los poderosos de este mundo y resucitar, quedaban lejos de sus mentes, muy posiblemente. Lo que tenían era tristeza, rabia, desánimo, un futuro muy oscuro, tras abandonar todo lo que tenían y a lo que se dedicaban, obedeciendo así al llamado del Señor por amor a Él. Ellos, también afrontaban una tremenda crisis. Ahora: ¿Qué sería de ellos?

La colecta de hoy nos decía: “…has vencido la muerte y nos has abierto las puertas de la vida eterna”. Sí, pero ¿Cómo lo has hecho, Señor? Las mujeres se encontraron algo que ellas no se esperaban, algo que los guardias que lo custodiaban no esperaban, algo que los gobernantes judíos o romanos tampoco se esperaban. La pesada piedra de la tumba de Jesús fue movida por su ejército. Cumplida su obra redentora, ahora sí va a hacer uso de sus ángeles y de la misma manera que ocurrió en la historia sagrada en sus momentos más relevantes, ellos aparecen como anunciadores, en este caso, de muy buenas noticias: - “No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron.”

La humanidad no tiene capacidad para enfrentarse a la realidad de la muerte, es una tragedia que siempre nos supera, porque, a pesar de que sabemos que es una realidad, nunca la esperamos. Pensamos que estamos hechos para vivir siempre. Sin embargo, cuando llega nos decimos a nosotros mismos: ¿Quién podrá remover esta piedra? Jesucristo pudo mover esta piedra, la piedra que la herencia del pecado de Adán nos dejó, condenándonos a una muerte eterna y el lastre de sus consecuencias sobre la humanidad, fue destruida en la cruz y ratificada por el Padre y el Espíritu Santo por medio de su resurrección. Cristo no vence el poder de Satanás, el pecado y la muerte en su resurrección, sino en su crucifixión. Es su resurrección lo que pone en evidencia ese poder de dar vida y vida eterna. Vencida la muerte, después nos abre las puertas a esa vida eterna. La piedra removida es la piedra del poder del mal sobre la humanidad, caída, derrotada, anulada para siempre.

Crucifixión y resurrección no son dos hechos con vida propia, sino una necesaria unidad inseparable en importancia y trascendencia en favor de conseguir nuestra plena comunión con Dios y participar de la vida eterna con Él.

Este hecho produce miedo, temor y sobrecogimiento a las mujeres que fueron las primeras testigos de la resurrección del Señor. Me pregunto qué pasaría si viera en un cementerio salir de una tumba a un difunto y además encontrarme con un ser angélico al lado. Si no fuera por el alentador y protector amor de ese ser, correría, calle abajo, a toda velocidad, asustadísimo.

¿Qué fue lo que las tranquilizó? La vuelta a la Palabra de Dios. El verbo mismo resucitado les había recordado su enseñanza acerca de su muerte, pero también su resurrección. El recuerdo de la Palabra de Cristo las tranquilizó y las hizo darse cuenta de que la resurrección de su cuerpo muerto iba a ser un hecho y después de anunciarlo a los demás discípulos y los apóstoles del Señor, le provocó una inmensa alegría y seguridad.

El Señor Jesucristo no se resucita a sí mismo, sino que fue resucitado. Su cuerpo inerte y, a la vez, no presente en el sepulcro, por no poder ser retenido de ninguna manera por la muerte, bajó anunciar su redención a los justos que esperaban su venida. Como antes decía, la respuesta de la Trinidad a la obediencia del Señor es su elevación y glorificación, es decir, la vuelta a su estado normal desde la eternidad. El Padre resucita al Señor por medio de la acción del poder del Espíritu Santo, sus ángeles quitaron la piedra. Los hombres, solamente pudimos ser meros testigos de ello.

Y eso es lo que ocurrirá con los creyentes bautizados que duermen en el Señor y que previamente fueron enterrados con Cristo en el agua del bautismo y resucitados de la muerte por causa del pecado por su Espíritu vivificador, quien nos regenera, morando en nosotros, hasta que estemos con el Señor, tal y como escuchamos en la colecta.

De igual forma, que Su cuerpo muerto fue resucitado, desde fuera de sí mismo, nosotros de igual forma, recibiéndola de la misma Trinidad cada vez que nos reunimos en su nombre participamos en el misterio de este hecho histórico, que nos abre la puerta a la realidad inmensa de la real presencia de Cristo, del Cristo vivo, en los elementos de la Mesa del Señor, misterio que sólo conectados al canal de la fe disfrutamos, y que verdaderamente experimentamos como don sagrado y alimento de nuestra firme esperanza.

Por lo cual, como partícipes de la nueva vida, fruto de esta resurrección, el apóstol Pablo recordaba a los Corintios y a nosotros también hoy, somos llamados a sostenernos en la fe rechazando la levadura del pecado, que ciertamente, solo un poco, puede llevar a malograr nuestra vida con la malicia o la maldad, sino con la masa íntegra de la sinceridad y la verdad de Cristo, de la que nos apropiamos gracias a su muerte y resurrección (1 Cor. 5, 6-8).

Nuestras hermanas en Cristo fueron alentadas por el ángel anunciador que a su vez anunciarán a los demás que Cristo había resucitado y que le verían de nuevo, ya lejos del peligro de Jerusalén, en Galilea. Cristo iría delante de ellos y con nosotros, como hizo siempre cuando estaba en su etapa de predicación del Evangelio. Este es el consuelo para la Iglesia, que no ha de temer de quedarse sola, ni tampoco de quedarse sin dirección acerca de su voluntad, pues lo que el Señor hará hasta el día de hoy, será acompañarnos a la vez que actuando en favor de la realización de su Reino, también por medio del poder del Espíritu Santo que le levantó de los muertos.

La resurrección no solamente desafía nuestra fe y nuestra lógica humana, sino que reta al hombre a probarle, a vivir en un liberador arrepentimiento experimentándole en nuestra propia vida cotidiana, desde lo más sencillo, hasta el máximo reto al que el hombre, tarde o temprano, tengamos que enfrentar, como el paso de esta vida a la que hay ciertamente más allá de ella. Esta es nuestra fe, totalmente fundamentada en Jesucristo y nuestra esperanza más segura ¿Crees esto? Los que creemos confesamos esta verdad, y dejamos atrás el miedo a la muerte.

Y lo hacemos siguiendo a Job, que quien, con estas palabras, aún afirmaba, aun estando muy lejos, históricamente, de este evento que ahora nosotros ya disfrutamos:

“Yo sé que mi Redentor vive, Y al fin se levantará sobre el polvo; Y después de deshecha esta mi piel, En mi carne he de ver a Dios; Al cual veré por mí mismo, Y mis ojos lo verán, y no otro, Aunque mi corazón desfallece dentro de mí.” (Job 19:23-27)

Que su gracia y su verdad nos afirmen hoy y siempre hasta su venida. ¡Verdaderamente, Cristo ha resucitado! Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on abril 14, 2020

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