Sermón del 8 de marzo

Segundo Domingo en Cuaresma – Reminiscere 8 de marzo A+D 2020
La Catecúmena – Mateo 15:21-28

¿Quién fue el catequista de la mujer cananea? Debemos averiguar el nombre y los métodos de la persona que enseñó a esta madre de gran fe, porque su nivel de entendimiento y sabiduría en cuanto a la Palabra de Dios y la enseñanza del Catecismo es una maravilla. Nuestra misión luterana en España recibiría gran beneficio si pudiéramos replicar su formación entre nosotros. Consideremos su testimonio.

¡Señor, socórreme! Así ruega esta mujer, a pesar de que Jesús ya había ignorado y rechazado sus peticiones dos veces. Ella demuestra la actitud que Lutero nos anima tener en su explicación de la introducción de la oración que Jesús nos enseñó: Padrenuestro, que estás en los cielos: ¿Qué significa esto? Dios, por estas palabras, quiere atraernos cariñosamente, para que creamos que Él es nuestro verdadero Padre, y nosotros sus verdaderos hijos, y para que le roguemos con seguridad y confianza como los hijos amados a su amoroso Padre.

Solo una confianza firme en la bondad del Padre celestial podría persistir frente toda la aparente oposición que ella encontró. Recordad, ella es una extranjera, una mujer que no debería aun acercarse a un judío fiel. Ella es una miembro de una nación enemiga de Israel. Pero ella conoce que Dios Padre es su Padre, entonces persiste en oración.

Su confianza, su amor y su obediencia a los mandamientos le mueven a persistir. Ella sabe bien el sumario de la Ley de Moisés, confesado por Jesús mismo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. 38 Este es el grande y el primer mandamiento. 39 Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas. (Mateo 22:37-40)

Ella no percibe el silencio ni la exclusión, ni finalmente el posible insulto de Jesús, como si fueran palabras contra ella, porque ella sabe, ella confía con una fe milagrosa, que el Padre de Jesús es su propio Padre Dios, que la ama. Y por este amor, la mujer cananea también ama a sus prójimos, especialmente su primer y más querido prójimo, su propia hija. Por amor a su hija atormentada, la mujer no para de buscar la ayuda de Jesús.

Ella no percibe el silencio ni la exclusión, ni finalmente el posible insulto de Jesús, como si fueran palabras contra ella, porque ella sabe, ella confía con una fe milagrosa, que el Padre de Jesús es su propio Padre Dios, que la ama. Y por este amor, la mujer cananea también ama a sus prójimos, especialmente su primer y más querido prójimo, su propia hija. Por amor a su hija atormentada, la mujer no para de buscar la ayuda de Jesús.

Considerando mandamientos específicos, es suficiente hoy que solamente revisemos el segundo: No tomarás el nombre de tu Dios en vano. ¿Qué significa esto? Debemos temer y amar a Dios y por lo tanto no maldecir, ni jurar, ni hechizar, ni mentir o engañar en su nombre; mas debemos invocarlo en todas las necesidades, orarle, alabarle y darle gracias. Enseñada por el Espíritu Santo, ella entiende, mejor que los doce discípulos, que Jesús es el Señor (1a Corintios 12:3). Por lo tanto, no duda en invocar su Santo Nombre, en este caso: Señor, Hijo de David. No solamente en la privacidad de su habitación, sino en público, ante un grupo de trece hombres judíos. Y no sola una vez, pero tres veces, sin permitir que los supuestos rechazos de Jesús la desanimen. ¡Ojalá que el Nombre del Señor sea santificado entre nosotros de igual manera!

Es poco probable que esta mujer pudiera haber oído el cántico de Simeón, lo que cantó en el Templo, abrazando al niño Jesús, 30 años antes de este encuentro en la región de Tiro y Sidón. Seguramente, no parece que los discípulos acepten la promesa a todas las naciones, la que Simeón declaró. Profetizó que este Jesús iba a ser no solamente la gloria del pueblo de Israel, sino también que fue la salvación del Señor, la cual ha preparado en presencia de todos los pueblos; luz de revelación a los gentiles. (Lucas 2:30-32)

Por sus respuestas tan fuertes a las peticiones de esta madre, tampoco parece que Jesús se preocupe de la salvación de los gentiles, las naciones extranjeras. Parece desde sus respuestas que Jesús comparte el típico odio judío contra los extranjeros.

Primeramente, no dice ni una palabra. La segunda vez, dice: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y con esta madre postrada ante sus pies, pidiendo socorro, el Señor dice: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Ignorar, excluir y llamar a los gentiles “perros,” todos estos encajaron perfectamente con la actitud típica de un judío orgulloso contra todos los extranjeros.

Pero la mujer no se desalienta. Ella sabe que las promesas a Abraham no eran solamente para sus descendientes por la sangre, sino que, como escribiría San Pablo 10 o 20 años más tarde, “No solamente los hijos de carne, sino aquellos de la fe de Abraham son hijos de Israel.”

Así entonces la madre cananea no interpreta las respuestas de Jesús como noes, sino cada uno como un “sí,” porque ya confía en otra promesa que sería escrita por Pablo en sus epístolas: 19 Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús… no fue sí y no, sino que ha sido sí en Él. 20 Pues tantas como sean las promesas de Dios, en (Cristo) todas son sí. (2a Corintios 1:19-20)

El Señor había prometido, por lo tanto, ella persiste, hasta llegar a su sí. Y ella sabe que ha llegado a su sí, que ha capturado a su Jesús, cuando vinieron las palabras que a nosotros parece las más crueles. Escuchadlo de nuevo: Postrada, ella ruega: ¡Señor, socórreme! 26 Respondiendo él, Jesús dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Tú y yo oímos un insulto y dudamos la bondad de Dios. Ella oye la verdad, y se regocije. Porque, anticipando la primera carta de San Juan, ella sabe que, Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. 9 Si confesamos nuestros pecados, (Dios) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y para limpiarnos de toda maldad. (1 Juan 1:8-9) Entonces, porque ella es un perrillo de fe, Jesús, Dios hecho hombre, va a limpiar a su hija de la maldad que la había poseída.

Es como si ella hubiera consultado con Lutero, para ayudarle explicar la quinta petición del Padrenuestro: Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Qué significa esto? Rogamos en esta petición que nuestro Padre en el cielo no mire nuestros pecados, ni por causa de ellos nos niegue lo que pedimos: pues no somos dignos de nada de lo que solicitamos, ni lo hemos merecido; suplicamos, pues, que nos lo dé todo de gracia, porque diariamente pecamos mucho, y realmente no merecemos más que castigo.

Llena de gozo, la mujer confiesa que sí, ella es un perro, un pecador que no merece nada de Jesús, como todos los demás. Pero su pecado no importa ante el Hijo de David, siempre que ella lo confiese. Entonces, sabiendo que ahora ella tiene Jesús atrapado en sus palabras y promesas, tranquilamente responde: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.

Oh, qué deleite, qué placer expresa Jesús ahora, que finalmente Él y su hija fiel alcanzan a esta gran confesión: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora. Qué alegría en la casa, con la hija sanada. Que sorpresa para los discípulos, una sorpresa que les serviría bien en unos años, cuando, después de mucha resistencia, ellos finalmente empiezan la misión a los gentiles, a todos los hijos de Abraham, los hijos de Israel por la fe en Jesucristo, el Señor e Hijo de David.

Y de nosotros, ¿qué? ¿Qué nos enseña esta mujer cananea de gran fe? Espero que desde este relato no imaginemos que seamos mejores que los discípulos o los judíos, que nosotros nunca pudiéramos ser tan tribal, tan xenófobos. La naturaleza humana no ha cambiado, todavía somos capaces de encerrarnos en nuestro grupo aprobado, y no tratar con gente diferente de nosotros.

Manteniendo siempre la veracidad de la ley de Dios y los valores tradicionales bíblicas, al mismo tiempo hemos que recordar que en Cristo no hay judío ni griego ni bárbaro, no hay extranjeros y nativos, sino que por la fe en Él todos somos hechos un mismo cuerpo. Especialmente hoy en día, cuando la Iglesia recibe rechazo más y más, hemos que recordar que Cristo vino para salvar a todo el mundo, y nosotros somos los pecadores mayores. Solo tenemos valor ante Dios por causa de Cristo, y la causa de Cristo es para todos.

También, podemos aprender a orar sin cesar; y dar gracias en todo, aun cuando parece que Dios nos ignora o rechaza. Porque es la voluntad de Dios que oremos y demos gracias en todo, como la mujer cananea. Es su voluntad para nosotros en Cristo Jesús, (1a Tesalonicenses 5) para nuestro bien, y para la vida del mundo.

Para todos los bautizados creyentes, la respuesta de Dios es siempre sí, aun cuando no la entendemos. Tampoco podemos saber el tiempo de su rescate, 8 Pero, amados, no ignoréis esto: que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. 9 El Señor no se tarda en cumplir su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente para con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento. (2a Pedro 3:8-10)

Finalmente, oro que podamos llegar a comprender cuan grande es la bendición de Jesús para nosotros. No es necesario tener todo en esta vida, porque esta vida es solamente una pobre vista previa de la vida real y eterna que Jesús nos ha ganado. Los males de esta vida no cuentan, comparados con los bienes del Reino de los Cielos, y los verdaderos bienes de esta vida no necesitan tener una apariencia lujosa o impresionante. Suficiente son las migajas del Señor.

Enfoquemos en las promesas, para que compartamos de la fe y la confianza de la mujer cananea. Y recordemos que nuestras migajas son aún mejores que las bendiciones que ella podía conocer en el día que se acercó a Jesús. Porque nosotros nos acercamos a una mesa mejor, un altar del Nuevo Testamento, una cena que es un anticipo del banquete celestial, donde recibimos el fruto de la Cruz y la Resurrección.

Como explica Lutero: ¿Qué beneficios confiere el comer y beber de la Santa Cena? Estos beneficios los enseñan las palabras: “Dado y derramada por vosotros para remisión de los pecados.”; a saber, que en la Santa Cena se nos da por estas palabras remisión de los pecados, vida y salvación. Porque donde hay remisión de los pecados, allí hay también vida y salvación.

Todo esto, y Cristo mismo, presente para bendecirnos, en la Palabra, y bajo el pan y el vino. De verdad, unas migajas de la mesa de nuestro amo Jesús serán suficiente, en el Nombre de Señor, Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on marzo 10, 2020

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