Sermón del 16 de febrero

“Sembrados en buena tierra…”

EVANGELIO de San Lucas 8:4-15

“Juntándose una gran multitud, y los que de cada ciudad venían a él, les dijo por parábola: El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron. Otra parte cayó sobre la piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron. Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno. Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga. Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Qué significa esta parábola? Y él dijo: A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los otros por parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan. Ésta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios. Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra son los que, habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan. La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto. Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.”

Buenos días, hermanos y amigos. Nos disponemos a meditar en el Evangelio de hoy en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Desde el pasado remoto de Israel, un grito llega hasta nosotros 27 siglos después, como si el destello de luz de una estrella, a miles de años luz, llegara ahora mismo a nosotros. En el libro del profeta Isaías se nos recuerda:

“…así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” Isaías 55:10-13

Dios no duda. Advierte al hombre ignorantes de su existencia y a los que en Él han creído, para todos es esta Palabra. ¿Es eso cierto? ¿Puede ser que de Dios no parta de un error que haga que algo, que Dios haya pronunciado, deje de cumplirse en este mundo? Un mundo en el que tanto error hay, en el que todo parece fallar su objetivo de primera mano. El mismo mundo que llama ciencia a todo lo que es ensayo y error, casualmente, sin certezas, sin verdad – ¡Esto no puede ser posible! – Pensamos.

Pero es posible cuando es Dios quien está detrás de ello y no nosotros: Mi Palabra no volverá a mí sin su fruto y cuando yo la siembre ocurrirá igual.

Aquí estáis vosotros queridos hermanos. Hoy confirmáis vuestra fe en Jesucristo, gran motivo de alegría para todos, para tener lugar en la comunión plena de la Iglesia, recibiendo su Palabra y los dones del Señor, que igualmente pronunció estas palabras del Isaías, pensando en ti.

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La Palabra vino a tu corazón, tierra preparada para la buena siembra, y su semilla buena, germinó en ti. Y ahora estás aquí dando testimonio con tus palabras y tu testimonio cristiano de esa realidad que vives en tu interior.

Recordad esto: Él pensó en vosotros, antes de que pensarais en Él. Él os amó viéndoos de lejos, cuando apenas sabíais de Él. Finalmente, Él, también os llamó sabiendo que el fruto de la tierra de tu corazón era el macetero perfecto para retener su semilla.

Puede que te sientas como una pequeña plantita, en medio de árboles frondosos, como vuestros hermanos en la fe de Cristo que hoy os acompañamos, pero llegaréis a ser como ellos y más grandes, si cabe, en altura y frutos. Esto es el Evangelio. Así es el fruto que el cuerpo, en sus nutrientes y la sangre de Jesucristo en la cruz, como el agua que os riega, produce, guiados por el sol del Espíritu Santo en vosotros: vida abundante, vida eterna, fruto del que también querrán comer los hombres para ser llevados a Cristo por vuestro ejemplo.

Querida congregación de la Iglesia Luterana Emmanuel: ¡Dejad crecer estas plantas y cuidadlas todos, porque es el grato fruto y olor de Cristo! ¿No lo oléis? ¿No lo saboreáis? ¿Lo percibís así?

Venimos todos aquí a ver este gran acontecimiento para la Iglesia. Y a recordar en ello el bautismo en el que cada día vivimos y hemos de permanecer viviendo.

¿Quién nos ha visto y quien nos ve? A vosotros, queridos confirmandos y a nosotros, queridos miembros confirmados en la fe de nuestro Señor, todos sus santos. Todavía nos acordamos del día en que la misma Palabra de Dios fue pronunciada como un disparo hacia nosotros; como la semilla lanzada por la mano de Cristo, sabiendo que caería en buena tierra, consiguiendo hacer diana certera en el alma muerta y adormecida por el mal y el pecado en el que vivíamos, y que fue discernido y reprendido por la santidad de esa Palabra de Dios, como se nos enseña en la Carta a los Hebreos:

“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.”

No se le escapó al Señor nada sobre nuestra vida en las tinieblas y el mal de este mundo, en nuestra ceguera e incredulidad, en nuestro pecado y resistencia al Evangelio. Allí mismo caímos sobre el Evangelio siendo quebrantados, evitando así, que esa santa Palabra de Dios cayera sobre nosotros despedazándonos.

Allí fuimos desnudados, como Él lo fue en la cruz ante la mirada de Dios, todo fue abierto y sabíamos que habríamos de darle cuenta… y sin embargo… ¿Qué nos retuvo de huir como Adán y Eva y como muchos hombres y mujeres hoy ante la presencia de Dios en su Palabra santa hacia nosotros? ¿Qué misterio nos retuvo para no salir corriendo en esa desnudez ante Dios, sino que nos quebrantamos reconociendo nuestros errores pasados y presentes? Y el bautismo nos hizo entrar en el perdón de Dios, en su reconciliación, en su salvación, en la morada de su Espíritu, en su reino eterno y en la comunión de los santos, como hoy haremos. Morando ahora en la casa del Padre. Y Escucha lo que el autor de Hebreos, dice:

“Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas.” Hebreos 4:9-13

Quiero advertiros de que el diablo tratará de robaros esta Palabra, que os hizo nacer, de vuestros corazones. No le oigáis. Por difícil que os lo ponga y os tiente para que la abandonéis, no lo hagáis, aferrándoos a Cristo, nadie más grande e importante en este mundo como Él. Él es el que lucha a vuestro lado.

Crezcamos sobre la paz de su altar y sobre el reposo de la fe confiada en Cristo siempre. Esa es la mejor tierra. Fortalecidos en nuestra confianza en Cristo, como orábamos esta mañana, defendidos mediante su poder en las adversidades que vienen y vendrán, sin miedo.

Hoy quedan aquí las semillas que dieron su fruto. Permita el Señor que sea variado y abundante en vosotros y nosotros. La Iglesia es una buena tierra. Tierra santa. Tierra que es traída del cielo a la tierra, donde la Palabra de Dios nunca vuelve vacía, sino que hace lo que Dios desea.

Estar aquí, confirmar tu fe, vivir conforme al deseo y la voluntad de Dios junto a los demás hermanos, es entrar en la vida donde la obediencia a Cristo es lo cotidiano, donde la lucha contra nuestra voluntad es comprendida y sostenida en las fuerzas del Señor, de manera que hagamos lo que el Señor desea, donde Él lo desea, y en el modo que Él desea. No estarás solo en el éxito y en el intento. No te faltará perdón ni misericordia, porque esta es la buena tierra, sobre la que hemos sido plantados y sobre la que, irremediablemente, daremos frutos de justicia, en base a sus méritos y no a los nuestros.

No te tomes muy en serio eso de que eres estupendo y que tu lo harás mejor, porque no lo podrás hacer bien, deja que Cristo guíe tu mano en lo que hagas para que lo que nazca en ti, esté lleno de su vida y voluntad.

Recordad, hermanos, que si algo hizo que Adán fuera condenado fue su desobediencia y si algo ganó la salvación nuestra fue la obediencia de Cristo ante el Padre y que nada más que nuestra obediencia puede hacernos estar en perfecta comunión con Él. Obediencia, no a nuestras intuiciones, sino a la Palabra que nos ha sido dada y a la que hemos sido todos consagrados, la Palabra que nunca vuelve vacía para Dios y para nosotros.

Escuchad a Cristo, escuchémosle todos a Él. Él es el Evangelio y el Evangelio es el que nos llama, la buena noticia nos llama. Escuchar su voz nos salva y nos dirige en medio de las tinieblas de esta vida. El Evangelio os será ayuda junto a los medios de su gracia de los que ahora participaremos. Él os sostendrá dando fruto con perseverancia, porque habéis sido sembrados en buena tierra. Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on febrero 18, 2020

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