Sermón del 12 de enero

El Bautismo de Nuestro Señor

Hoy nos encontramos con una dificultad del leccionario anual. Tenemos cada año en el primer domingo después de la Epifanía dos opciones, o celebrar el Primer Domingo después de la Epifanía, o celebrar el Bautismo de Nuestro Señor. Acabamos de escuchar el Evangelio del Primer Domingo después de Epifanía, el relato lindo e informativo de la visita de Jesús, con doce años, a Jerusalén, y al Templo. Nos da el único vistazo bíblico a la vida de Jesús, entre su primera infancia y su ministerio. Y sigue muy bien después de las historias de su natividad y la visita de los Reyes Magos, las que hemos oído en los últimos domingos. Es un texto muy interesante.

Al otro lado, el Bautismo del Señor es una historia completamente fundamental: Es la inauguración del ministerio público de Cristo.

Es una de muy pocas veces en toda la Biblia cuando las tres personas de la Santísima Trinidad aparecen juntas, el Padre con su voz desde arriba, el Espíritu en forma de paloma, y el Hijo en el agua, recibiendo el bautismo. La Iglesia Primitiva decía que cuando el Santo de Dios entró en el Río Jordán para someter al bautismo de Juan, Él santificó a todas las aguas, haciéndolas dignas de ser usadas para el Santo Bautismo. Puesto que somos una congregación de los bautizados, entender y recordar el bautismo de Jesús es muy saludable.

¿Cuál de los dos evangelios apuntados para hoy deberíamos usar? Ambos son muy serviciales a nuestra fe. Cuando Jesús con doce años visitó a su propio templo, nos dio un ejemplo de la vida justa, es decir, como actúa la persona fiel, la persona correctamente viviendo desde el amor de Dios Padre, y compartiendo este mismo amor con otros. En el Bautismo de Jesús vemos el inicio de la obra salvadora, el ministerio público de Dios hecho carne, los tres años más importantes en toda la historia, con diferencia. Como dijo Jesús a Juan, empezando con su Bautismo, el Señor cumplió toda justicia, para salvar al mundo. Las dos opciones son excelentes. ¿Cuál usaremos?

¿Por qué no usar ambas historias?

Sí, usaremos ambas, porque juntas, las dos historias nos dan una explicación de la justificación y la santificación. Es decir, de estas dos lecturas, aprendemos como pecadores, como tú y yo, podemos ser justos, y tener una relación buena con el Santo, Santo, Santo Dios, y luego vemos como, una vez justificados, debemos vivir en santidad. La justificación, y la santificación. La Salvación y la Vida Cristiana.

Normalmente cuando predicamos y enseñamos sobre la justificación y la santificación, hablamos primero, y mayormente, de la justificación, y luego hablamos de la santificación. Esto es necesario, porque la santificación es consecuencia en nuestra vida de la justificación: sin ser salvos por la fe, declarados justos por causa de Cristo, no podemos aun empezar de vivir en santidad. Como dice Jesús, el árbol malo no puede dar fruto bueno. Hasta que recibamos Cristo por la fe, nuestro pecado nos hace arboles malos, pecadores, sin la capacidad de hacer verdaderamente buenas obras.

Uno puede hacer algo útil en el mundo, pero sin la fe cristiana, siempre nuestra motivación es mala. O hacemos cada cosa en egoísmo, para ganar algo para nosotros mismos, o la hacemos en miedo, para apaciguar a Dios.

Así, antes de la fe, pecamos en cada obra, no importa cómo se parece, porque no creemos en el amor y generosidad del Señor. Exteriormente tales obras pueden ser buenas, pero no son válidas ante Dios, porque llevan en sí un rechazo de Él.

La vida santa, llena de buenas obras, es siempre una obra del Espíritu Santo en nosotros. Buenas obras fluyen sin compulsión de un corazón agradecido por todo, especialmente por el primer y mejor don, la salvación gratuita que hay en Cristo para todos los pecadores arrepentidos. Buenas obras son fruto del Espíritu, y no tenemos al Espíritu de Cristo hasta que Él mismo nos convierta. Entonces, en la Iglesia, es necesario una y otra vez que empecemos y enfoquemos mayormente en la justificación, y luego hablar la santificación.

Al contrario, en el caso de Jesús, los Evangelistas pueden hablar al revés, y lo hacen. Primero vemos la vida santa de Jesús, por ejemplo, como su mero nacimiento causó la celebración angélica: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz y buena voluntad a los hombres. También, oímos de su sumisión a la Ley de Moisés en su circuncisión, su asistencia a la Palabra y las tradiciones de Dios, y su sabiduría preternatural como un niño en el Templo.

No era necesario primeramente hablar de la justificación de Jesús, porque siempre era justo. Jesús es el Santo de Dios, el que dio la Ley a Moisés. Con Cristo Jesús, la justicia es su naturaleza. Por lo tanto, cada cosa que hizo era una buena obra, hecha en obediencia a su Padre y en amor a los demás.

La justificación, para Jesús, no era una necesidad personal, más bien un proyecto de amor, la misión eterna de Él que, por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo, y se hizo hombre, nacido de la Virgen María, para cumplir toda justicia, para nosotros.

Para Jesús, la vida santa era fácil, natural. Pero el camino de la justificación era muy duro. Considerad su humillación: el Rey de los cielos rechazado por su propio pueblo; el único hombre sin pecado, identificado como el pecador de pecadores;
el amado Hijo eterno de Dios Padre, abandonado y castigado, por nuestro pecado.

No se puede elogiar el valor de la raza humana más o mejor de lo que dice el autor de Hebreos, que Jesús hizo todo esto por el gozo futuro, el gozo de presentarnos a su Padre como un nuevo pueblo santo, los justificados en Cristo, destinados a vivir siempre en la gloria y alegría de Dios.

Por el gozo de este futuro, Jesús cumplió toda justicia. Esto es el amor, no que hemos amado a Dios, sino que Dios en Cristo nos ha amado a nosotros, y a toda humanidad, entregando el Hijo como la propiciación, el sacrificio adecuado, por todos nuestros pecados.

Para nosotros, es el contrario: la justificación es muy fácil, no hacemos nada. Esta verdad es amarga a nuestro viejo hombre, nuestra naturaleza pecaminosa, porque es su muerte. Pero la justificación para la nueva criatura, la nueva hija o el nuevo hijo de Dios, es 100% recibida, y con alegría. Como en tu nacimiento físico, así también en tu renacimiento espiritual: lo experimentas, y recibes los beneficios: perdón, paz con Dios, y vida eterna en su familia. Pero no causas nada. Estábamos muertos en nuestros delitos, pero Dios nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados).

Para nosotros, la justificación es fácil, pero la santificación nos cuesta mucho. La vida santa es dura, porque seguimos en este mundo caído, y como pecadores. La conversión nos rescata del pecado, su castigo y su culpa, nos da entrada en el Pueblo de Dios, y la promesa de una vida eterna y santa en el futuro.

Pero, en su sabiduría misteriosa, Dios en nuestra conversión no nos cambia en personas sin pecado. Y porque el pecado permanece en nosotros, vivir como un cristiano es muy difícil.

Tenemos el deseo de caminar con Dios y obedecer sus mandamientos, pero el pecado nos agarra diariamente. Queremos amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, y fuerza, y a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Pero el egoísmo y el deseo de autodeterminación nos agobian.

Gracias a Dios, tampoco es la santificación un logro nuestro. A diferencia con la justificación, somos actores en la vida santa, tenemos un papel. Pero al final, la santificación depende de Dios, igual como con la justificación. Dios actúa en ti, para querer y hacer su voluntad. La vida santa es el resultado de tener Cristo en nosotros, por la fe bautismal. Estamos en la lucha, y podemos celebrar cada inclinación de hacer algo bueno, porque es fruto de la fe salvadora. También, en tristeza y arrepentimiento, debemos identificar cada momento de resistencia a la voluntad de Dios como evidencia de que seguimos siendo pecadores.

Entonces, miremos de nuevo a Jesús para saber cómo vivir la vida santa: Con doce años, y antes, y después, Jesús siempre se ocupaba con las cosas de su Padre: visitando su casa, observando sus tradiciones, la Pascua de los Judíos y otras fiestas designadas por Dios, diariamente oyendo y conversando y profundizándose en su Palabra. Mientras tanto, vivía en comunidad, sometiéndose a sus padres, y amando a todos.

Salvados por la gracia, podemos intentar imitar a la vida santa de Jesús. Y el primer paso, que necesitamos tomar día tras día, no es salir con prisa para hacer grandes cosas, sino que es volver a la fuente de santidad, volver a Dios, en los lugares donde su Espíritu está presente para alimentar y fortalecer nuestras almas, con la vida y la justicia de Jesucristo, quien es en sí mismo nuestra justificación y nuestra santificación, nuestro Salvador y Maestro.

Recordado por Dios que nuestro futuro es seguro y bendito en Cristo, luego salimos para vivir en esta confianza, librados para amar sin compulsión. Unidos, por el agua y la Palabra, con la Cruz y Resurrección de Cristo, ya tenemos vida, y podemos empezar de vivir, en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on enero 14, 2020

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