Sermón del 29 de diciembre

Navidad 1

San Lucas 2:22-40

En el nombre del Padre, y del + Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

A medida que el año de nuestro Señor 2019 llega a su fin, es natural para nosotros mirar hacia el pasado para reflexionar sobre los eventos del año, así como mirar hacia el futuro con la esperanza de tiempos más brillantes. Estamos en una encrucijada.

San Simeón también se detuvo en otra encrucijada. Entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Simeón era un sacerdote del antiguo pacto, lo que significa que se podría decir que era un matarife. La gente le traería animales al templo, y le ofrecerían la sangre de estas bestias como expiación por sus pecados: sangre inocente derramada por los pecados de los culpables, una expiación de sacrificio. ¡Quién sabe cuántos de estos corderos Simeón tomó en sus brazos, dando gracias a Dios por su misericordia!

Pero los sacrificios del templo fueron un anticipo del Cordero por venir: el sacrificio para terminar con todos los sacrificios, el templo viviente, el nuevo y eterno Sumo Sacerdote, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y a Simeón le habían prometido que vería a este Salvador prometido, que sostendría a este precioso Mesías en sus propios brazos.

Y debido a esta promesa del Espíritu Santo, San Simeón continuó esperando, incluso en su vejez. Y, como el anciano Abraham, se aferró, a pesar de la tentación de dudar y contra toda razón, a la promesa del Señor de que él y Sara darían a luz un hijo; así también Simeón creía en la promesa del Señor, a pesar de que envejecía, a pesar de que los romanos continuaban gobernando al pueblo de Israel con puño de hierro, y aunque los profetas habían estado en silencio durante cuatrocientos años.

San Simeón siguió esperando y esperó con fiel expectativa. No sabemos si otros sabían acerca de la profecía, y si lo sabían, si pensaban que el viejo Simeón estaba loco, o si tal vez le creyeron. Pero si otros se burlaban o no, Simeón aún creía.

Y entonces, un día, se cumplió la promesa hecha a Simeón. San Simeón sostuvo al niño Jesús. Simeón le tomó en sus brazos y bendijo a Dios. El Nuevo Testamento había llegado. El año de nuestro Señor ha llegado. ¡El Cristo ha venido! La salvación ha llegado! Sus ojos han visto esta salvación. El nombre “Simeón” se basa en la palabra hebrea que significa “Él ha escuchado”. Simeón escuchó la Palabra del Señor y, lo que es más, vio la Palabra del Señor. De hecho, ¡él sostuvo la misma Palabra de Dios hecha carne con sus propias manos!

¿Cómo debe haber sido experimentar a Jesús en la carne? Esto debe haber sostenido y animado la fe de Simeón, la promesa del Espíritu Santo de que un Salvador vendría al mundo.

Lo hermoso, mis queridos hermanos, es que nosotros también experimentamos a Jesús en la carne, la “Palabra visible”. Esto es lo que San Agustín llamó a nuestros sacramentos: “la Palabra visible” – la Palabra de Dios en la carne, en el espacio y en el tiempo. Nosotros, como San Simeón, experimentamos a Jesús, no solo en palabras sobre Él, sino que lo experimentamos físicamente.

Y esta es la razón por la cual el cántico de San Simeón (el cántico que proclamó mientras sostenía al Niño Jesús en sus brazos viejos) no es solo el cántico de Simeón, sino el cántico de la iglesia. También nos regocijamos con Simeón, que se había preparado para morir, diciendo, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra…conforme a la Palabra visible que tenía en sus brazos.

¡La Eucaristía es en sí misma: una comunión sobrenatural y santa con Jesucristo, con Dios, con la Palabra por la cual todas las cosas fueron hechas! Jesús es la Palabra que te declara perdonado y amado por Dios. Y es por eso por lo que los cristianos también estamos preparados para ir en paz, ya sea en la vejez o en nuestra juventud. El Señor viene a nosotros en el Evangelio, en la Santa Absolución, en el Santo Bautismo y en Su Santísima Cena.

El cántico de San Simeón fue cantado tradicionalmente por monjes y monjas en sus oraciones finales de la noche antes de irse a dormir. Y los primeros luteranos tomaron este hermoso cántico, esta confesión de que Jesús vino en la carne, y que vino por nosotros, la “Palabra visible” que trae la salvación que podemos ver y oír, e hicieron de este el himno estándar que cantan en la congregación después de recibir la Eucaristía. Llamamos a este himno por su nombre en latín: “Nunc Dimittis” (Ahora despides).

Y cuando los cristianos recibimos la Eucaristía, recibimos a Cristo. Lo recibimos allí donde estamos, en este mundo caído y en la fragilidad de nuestra carne. Su carne se convierte en nuestra carne, que comemos para la vida eterna. Su justicia se convierte en nuestra justicia, lo que nos lleva a la comunión con la Santísima Trinidad. Nuestros pecados se convierten en Sus pecados, que Él ha llevado a la cruz, y por los cuales derramó Su sangre. Y su sangre pura y justa se convierte en nuestra sangre, que bebemos para el perdón de los pecados y la renovación de la vida.

Y cuando hemos recibido el cuerpo y la sangre de Jesús, podemos cantar con San Simeón:

Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.

Partamos en paz, queridos hermanos. Ya sea que partamos de esta vida con la venida de nuestro Señor, o que partamos de esta vida en una muerte terrenal, o incluso cuando simplemente salgamos de este lugar sagrado, partamos en paz, con el cuerpo y la sangre de Cristo en nuestras mentes, en nuestros labios y en nuestros corazones … consolados por las promesas de perdón, vida y salvación que son nuestras en Jesucristo, nuestro Salvador.

Ahora Señor, despides a tus siervos en paz.

En el nombre de + Jesús. Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on diciembre 31, 2019

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