Todos los Santos – sermón del 3/11

Todos los Santos

Apocalipsis 7:2-17

En el nombre del Padre, y del + Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Hemos llegado, una vez más, a la celebración anual de la Fiesta de Todos los Santos. En este día, nos tomamos un momento para recordar a todos los hermanos y hermanas fieles que han dormido en el Señor antes que nosotros. Esto incluye a todos nuestros amigos y familiares creyentes, que ahora descansan en el Señor.

Y por eso, es un día que es amargo y dulce para nosotros. Por un lado, nos regocijamos y damos gracias a Dios por su fidelidad con nuestros seres queridos. Que ya recibieron la salvación que Cristo les ganó en la cruz. Pero, por otro lado, estamos tristes, porque los echamos de menos. Nuestro luto no es por ellos. Es por nosotros mismos.

En días como este, quizás tengamos que luchar con la tentación de cuestionar la buena voluntad y la fidelidad de nuestro Señor hacia nosotros. Quizás nos preguntamos, ¿por qué el Señor ha permitido que nos quiten a nuestro ser querido? Pero estas preguntas provienen de nuestra incapacidad para ver lo que realmente está sucediendo. Se derivan de nuestra incapacidad para ver la realidad cósmica de la batalla que está sucediendo entre nuestro Señor y las fuerzas del mal. No comprendemos de qué está hablando San Pablo cuando dice en Efesios 6: no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Afortunadamente, hoy, en este día bendito cuando celebramos la Fiesta de Todos los Santos, la Iglesia, en su sabiduría, ha seleccionado esta lectura de Apocalipsis como la Primera Lección del día. Y es en esta lectura que tenemos la oportunidad de ver una imagen de lo que realmente está sucediendo.

Aquí San Juan pone en palabras su visión de esta batalla cósmica que realmente está sucediendo. Esta visión de San Juan que se describe para nosotros es más real que lo que vemos con nuestros ojos aquí y ahora, pues ahora vemos por espejo, oscuramente. La verdad es que hay una gran batalla cósmica a nuestro alrededor. Esta batalla no es una batalla por territorio, ni por nada político. No, esta batalla es una batalla por las almas humanas.

San Juan escribe acerca de ver ciento cuarenta y cuatro mil creyentes que estaban vivos, pero que fueron sellados con la señal de Dios en sus frentes. Este número está destinado a representar a todos aquellos creyentes que están vivos y que soportan la tribulación de esta gran batalla cósmica. Esta batalla por las almas de hombres y mujeres, de la creación más amada de Dios.

Hoy, este número nos representa. Tú, yo y todos los creyentes vivos en este mundo, en este momento. Nosotros, que somos creyentes, pero pecadores. Nosotros, que necesitamos desesperadamente la gracia de Dios, el don de la fe, para sobrevivir a esta batalla. Nosotros, que estamos sellados por Dios. ¿Y cuál es este sello que describe San Juan? ¿Y cuándo recibiste este sello?

Fuiste sellado por Dios, en tu frente, en tu Bautismo. En ese día cuando recibiste el don del Espíritu Santo. Ya en el primer siglo, hacer la “señal de la cruz” en la frente le recordaba a la persona bautizada que Cristo lo había redimido. Lo que esto significa es que Dios te ha reclamado como uno de los suyos. Cristo ganó tu alma y Dios te selló como uno de los suyos en tu bautismo.

Pues, San Juan también escribe sobre ver:

una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.

Todos los Santos Apocalipsis 7:2-17

Esta gran multitud representa para nosotros a todos los creyentes que han dormido en el Señor. Todos aquellos que han muerto como creyentes, y han sido entregados por la gracia de Dios, al trono del Señor como recompensa por su fe. Incluye a todos los santos que murieron este año, a quienes recordamos en esta Fiesta de Todos los Santos. Están en la multitud, que han sido salvados por la sangre del Cordero, y se han adelantado a nosotros en la presencia del trono del Señor.

Allí, adoran al Único Dios Verdadero, diciendo:

Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.

Están vestidos con las túnicas blancas de la justicia de Jesucristo. La justicia que ganó para nosotros, su Iglesia, por su crucifixión y muerte en la cruz. A veces nos gusta preguntarnos qué están haciendo los que han dormido en el Señor antes que nosotros. Pero San Juan nos dice qué están haciendo los santos que nos precedieron en el cielo.

Están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.

Aquellos creyentes que han dormido en el Señor, que han sido entregados al trono del Único Dios Verdadero. Están en su presencia, adorando a su Dios. Ellos son pastoreados por Cristo mismo. Cristo, el Cordero de Dios, los está guiando a manantiales de agua viva, y limpiando cada lágrima de sus ojos.

Y tú, tú que todavía estás aquí en este lugar, en este momento. Tú que todavía estás en esta tribulación de la vida en la tierra, aún lidias con el pecado, la muerte y el poder del diablo. ¿Cuál es tu consuelo? ¿Cómo puedes saber que algún día serás entregado al trono del Único Dios Verdadero? ¿Cuál es tu garantía?

¡Has sido sellado! Fuiste sellado por Dios en tu bautismo. En ese día, fuiste crucificado y resucitado con Jesucristo. Su justicia se convirtió en tu justicia. Tú has sido salvado y sellado por la sangre del Cordero, y tienes la seguridad del Señor de que serás entregado al cielo, tal como aquellos santos benditos que nos precedieron.

Jesucristo te ha liberado.
Él te ha salvado.
Estás sellado, en tu bautismo. ¡Y tú eres suyo para siempre!

En el nombre de + Jesús. Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on noviembre 5, 2019

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