Sermón del Decimotercer Domingo después de la Trinidad Nuestro // Buen Samaritano // San Lucas 10:23-37

Consideramos que un Buen Samaritano es un héroe. Por lo tanto, debería ser que llamar alguien un Buen Samaritano es un cumplido, ¿no? Pero, con un poco de consideración, vamos a descubrir que, al final, aplicar este nombre a una persona quien ha hecho bien no sea necesariamente tan amable. Aunque la persona ha hecho algo de beneficio real en este mundo, al mismo tiempo, según la perspectiva del Señor, siempre esta comparación llevará también una condenación, una acusación. Porque el estándar de Jesús, descrito en la historia del Buen Samaritano, es simplemente demasiado alto para nosotros.

Nos gusta aplicar el nombre Buen Samaritano en la vida cotidiana, especialmente cuando alguien ayuda a un desconocido, y muy bien. Pero, como nuestra lectura de San Lucas nos muestra, el ámbito de esta historia de Jesús no es este mundo. No, el Buen Samaritano trata con cómo podemos cumplir los requisitos celestiales. Escuchad de nuevo: Un intérprete de la ley, (es decir, un abogado religioso), quería probar a Jesús, y le preguntó: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?

Es una pregunta muy buena, muy importante, y, a menos que uno sea un ateo de verdad, es una pregunta que, de vez en cuando, cada persona considera, porque vivimos en un mundo de leyes y requisitos. Para recibir algo bueno en esta vida, tendrás que hacer algo para merecerlo. Es natural que aplicamos la misma realidad a los temas celestiales.

Jesús acepta la pregunta, pero la devuelve al abogado: ¿Qué dices tú? ¿Cómo lees la Ley de Dios?

¿Sabes tú la respuesta? El abogado sabe. Es sencilla: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
Si quieres lograr por tus esfuerzos la vida eterna, la bendita vida con Dios en gloria, sin dolor o problema, la vida buena que nunca termina, es muy sencillo: Ama a Dios, 100%, y tu prójimo igual como a ti mismo. O, por decirlo de otra manera, cumple los 10 mandamientos perfectamente, sin error, y vivirás, hasta la eternidad.

La Biblia dice lo mismo en varios sitios: Por ejemplo, Sed vosotros santos, intachables. Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Perfección es el estándar de la ley de Dios.

Si por la ley vamos a ser hijos de Dios, herederos de la vida eterna, tendremos que cumplirla, 100%. Como respondió Jesús al abogado: haz esto, y vivirás.

Imposible. El requisito es sencillo de describir, pero es imposible que lo cumplamos. ¿Oíste todos los superlativos? Amarás a Dios con todo: todo tu corazón, toda tu alma, toda tu fuerza, toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo. No hay respuesta honesta ante esta ley excepto arrepentirse, porque nadie puede hacerlo.

Pero, el intérprete de la ley, en vez de confesar que no pudiera cumplir la ley, quería justificarse a sí mismo, es decir, buscaba un resquicio legal para evitar la verdad. Buscando una salida de su dilema, el abogado preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Sospecho que su idea fuera así: Yo puedo fingir mi amor a Dios. Entonces, si también pudiera limitar cuales personas tengo que considerar mis vecinos, a quienes debo mi amor, tal vez yo podría parecer como si cumpla la ley, sin cumplirla realmente.

Jesús aprovechó de la segunda pregunta del abogado para darnos un ejemplo muy fuerte de la perspectiva divina sobre nuestros deberes en relación con los prójimos. Sabemos la historia.

Hay este pobre viajero, agredido y robado por malhechores, sufriendo al lado del camino: golpeado, ensangrentado, despojado, y medio muerto. ¿Quién lo ayudará?

¿El levita, o el sacerdote? Las primeras personas con oportunidad de ayudar vienen de los dos grupos más religiosos de todo Israel. Primero viene un levita, miembro de la tribu apartada por el Señor para encargarse de la responsabilidad para toda la logística del culto de Israel, el mantenimiento de todo el recinto del Templo. Luego pasa un sacerdote, un levita también, además miembro de la familia de Aaron, la familia levítica apartada por el Señor para proveer los sacerdotes, los hombres designados para entrar en los lugares santos para rendir sacrificio y culto al Señor, en nombre de todo Israel. Seguramente uno de estos hombres santos le ayudará a la víctima.

Pero no. En un sentido, un sentido equivocado, pero en un sentido, no podían. Claro, es posible que en su corazón simplemente no quisieran ayudar. Involucrarse con un desconocido con problemas es muy inconveniente. Pero también, el levita y el sacerdote tenían una excusa, según la ley.

Tenían una excusa, porque, si el levita y el sacerdote estaban viajando a Jerusalén para servir en el Templo, el ofrecer de ayuda a este hombre, es decir contactar con él físicamente, los hubiera dejado ritualmente inmundos, y así descalificados de hacer sus tareas en el Templo. Y nadie quiere eso.
Mostrar misericordia en este momento urgente hubiera causado problemas en el rendimiento del culto al Señor. Así, para el bien del pueblo de Israel, mejor que no ayuden al hombre medio muerto, ¿verdad?

Si esta posible razón os parece como una excusa débil y pobre, tenéis razón. El propósito de Dios cuando ordenó el culto del Templo era para servir a su Pueblo y al mundo. Era precisamente para ayudar a hombres y mujeres sufrientes. Como dice Jesús, el sábado fue creado para el hombre, no el hombre para el sábado. Era cierto que ayudar al hombre medio muerto hubiera causado inconvenientes, pero la segunda mitad de la Ley de Dios es amar a tu prójimo como a ti mismo. Seguro que el sacerdote y el levita hubieran querido que alguien ayudara a ellos, si ellos estaban postrados en el camino, medio muertos. Entonces, por malentendido de la voluntad de Dios, o por falta de misericordia, o por miedo, no ayudaron al hombre medio muerto.

Ahora, usando a un samaritano como su ejemplo, Jesús nos enseña lo que significa amar a tu prójimo. Como normal, la predicación del Señor es muy fuerte. Los samaritanos eran enemigos antiguos de los judíos, vecinos aborrecidos. Los judíos tenían muchos enemigos, pero aborrecieron a los samaritanos más que nadie por ser sus primos, que hace siglos habían retorcido la Palabra y el culto del Señor. Y los samaritanos en turno aborrecieron a los judíos.

Los samaritanos y los judíos compartían un odio mutuo. Excepto nuestro Buen Samaritano. Él tenía compasión para el hombre asaltado, medio muerto, tanta compasión que decidió cruzar las líneas y olvidar de los prejuicios y odios antiguos, y romper tabús. El Buen Samaritano sacrificó su tiempo, su comodidad, y convirtió los problemas de un desconocido en sus propios problemas, simplemente porque fue otro ser humano en necesidad. ¡Qué amor fantástico!

Es muy lindo. Al mismo tiempo, ahora podemos ver el problema que esta historia tan popular nos presenta: el Buen Samaritano es demasiado bueno. Sus acciones nos condenan, porque no estamos listos de amar completamente, a la medida que el Buen Samaritano amó.

Quizá estamos listos para ayudar a un amigo, en algo limitado, o si es un buen amigo, en algo grande. Y tal vez ayudaremos a un desconocido con un problema pequeño. ¿Pero ayudar tan íntimamente, sacrificar tanto, para un extranjero, un enemigo, sin pensar en el coste? Por tan linda que sea esta historia, cuando afrontamos el estándar de amor que nos enseña, no lo podemos. Este estándar de Jesús nos condena. Porque no lo guardamos, ni en nuestros mejores momentos. Podemos ser menos o más generoso y servicial, y ojalá que todos nosotros amemos más y mejor. ¿Pero cumplir completamente esta ley? No.

Pero no descartemos esta historia, a pesar de que no podemos cumplir el amor que nos demanda. Queremos y debemos guardar esta historia. ¿Por qué? Por la idea. Por la esperanza que exista un Buen Samaritano.

A veces, imaginamos que nosotros pudiéramos ser tan buenos, o casi tan buenos. Pero no. Sin embargo, es correcto que nos gusta la idea de un Buen Samaritano, un héroe tan generoso y servicial. Por eso las películas de superhéroes tienen su atracción. Tanto queremos encontrar y conocer tal persona, un Buen Samaritano verdadero. Queremos creer que él exista, aunque nunca lo hemos visto.

Y mi gran privilegio es declararte que sí, el Buen Samaritano existe.

Hay esperanza para ti, en tu Buen Samaritano, que se llama Jesús de Nazaret, el Cristo enviado del cielo para rescatarnos. Jesucristo es él quien ha cumplido, aun excedido, los requisitos de amor escritos en la Palabra. Jesús es tu prójimo, tu Buen Samaritano, que está haciendo para ti lo que el samaritano de la lectura hizo. Jesús te encontró, agredido por el malhechor, el Diablo, que te asaltó a través de tus padres originales. Infectado con el pecado, Satanás te dejó para morir, a solas y herido, sin esperanza. Espiritualmente, no eras medio muerto, pero totalmente muerto en tus delitos y pecados. Físicamente, aunque nuestra salud puede ser mejor o peor en un momento dado, la triste verdad es que estamos en camino hasta nuestra muerte desde el primer momento de la vida.

Pero tu Buen Samaritano Jesús fue movido a misericordia, y te rescató, lavando las heridas de tu pecado, no sólo con aceite, pero en el agua de tu bautismo, y la sangre de su Cruz. En tu bautismo, Cristo te unió a su muerte y resurrección. Te adoptó como miembro de su familia, heredero con Jesús del reino eterno.

Jesús te perdonó, dándote una vida nueva. Ya, con todos los creyentes, eres espiritualmente renacido, y tienes la promesa de la resurrección de tu cuerpo en el Último Día, cuando serás recreado a un ser humano perfeccionado, para entrar en cuerpo y alma a la vida eterna.

Mientras tanto, Jesús tu Buen Samaritano te ha llevado a un lugar seguro. No a un mesón, pero a una Iglesia, una asamblea de otros pecadores rescatados, donde, en vez de un mesonero, los pastores y los otros cristianos te cuidan, limpiando las heridas, ayudándote en tus dolores, regocijándose contigo en tu recuperación, alimentándote con el Cuerpo y Sangre de Cristo, para perdón de los pecados y fuerza por la vida cristiana.

Al final, es completamente correcto que nos encanta esta historia, porque en el Buen Samaritano, vemos un cuadro de Cristo Jesús, y su cuidado de nosotros, por su Palabra y sus Sacramentos, entregados por sus pastores, dentro de su Iglesia. Esto es la razón que nos reunimos como una congregación de Cristo, para recibir una y otra vez el cuidado de nuestro Buen Samaritano misericordioso, y para oír de nuevo que Él vuelve pronto, para llevarnos a su Padre, con quien viviremos, por los siglos de los siglos, Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on septiembre 16, 2019

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