Rev. Alisson Jonathan Henn (1)
Se nos recuerda en el Credo de Nicea que Dios el Espíritu Santo es “el Señor y Dador de vida”. Una persona no es “dueña de su vida”, ni puede disponer de la vida de los demás. De hecho, es Dios quien es “el Señor y Dador de la vida”.
La vida es de Dios. Por eso es intocable. El hombre recibe la vida de Dios con el privilegio de administrarla y vivirla, no de dañarla o destruirla. Aunque no se le consulte sobre la voluntad de nacer, el ser humano asume la santidad de la vida como un don del que se considera responsable.
En la exposición del quinto mandamiento, Lutero dice que con el estudio del primer al cuarto mandamiento “se concluye así el estudio del gobierno espiritual (1º a 3º) y secular (4º), es decir, de la autoridad divina y paterna, así como el estudio de la obediencia a ellos”. Continúa diciendo: “En este Mandamiento (5º), ahora salimos de nuestra casa y vamos a los vecinos, para aprender cómo debemos vivir los unos con los otros”. La esencia de este mandamiento es la protección y el respeto de la vida, tanto la nuestra como la de los demás. Este mandamiento, al igual que el siguiente, está bajo la luz de la máxima mayor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

El quinto mandamiento habla: “No Mataras”, pero ¿qué requiere Dios de sus hijos en este quinto Mandamiento?
En primer lugar, no debemos hacer daño a nadie: “Primero, no con las manos, ni con hechos; luego, que el lenguaje no debe ser utilizado para propugnar o asesorar tales actos. Además, que no utilizamos ni consentimos ningún medio o procedimiento con el que se puede dañar a alguien. Y finalmente, que el corazón no sea hostil a cualquier persona, ni por ira u odio desearle mal”. De ninguna manera agredir violentamente (asesinar…) la vida de otros, ni la vida misma (suicidio…).
Dios no autoriza la participación de una persona en la muerte, porque la muerte no es una parte natural de la creación de Dios, “la muerte es una cosa muy antinatural, porque es un signo de la ira de Dios”. La muerte está siempre ligada a la ofensa al Creador, porque “la paga del pecado es muerte” (Rn 6,23). La muerte es un juicio de Dios. Esto parece contradecir toda la predicación cristiana sobre el amor de Dios. Si Cristo murió por todos y ofrece perdón a todos los que creen en él, ¿cómo puede la muerte seguir siendo un juicio para el cristiano? En realidad, la muerte no asusta al cristiano según su nueva vida en Cristo. “Pero el cristiano, a pesar de la transformación provocada y continuada por la fe, sigue siendo el “viejo hombre” en su naturaleza corrupta. Solo la muerte elimina esta vieja naturaleza. Por lo tanto, la muerte es el juicio del “viejo hombre” que nunca se convierte. Por esta razón, el cristiano también debe morir para resucitar a un “hombre nuevo”, plenamente espiritual, que viva para siempre con Dios. Pablo describe esta transformación final en 1 Corintios 15, afirmando la resurrección garantizada en Jesucristo como el regalo final de la vida por el “Señor y Dador de vida””. El cristiano sabe qué mismo con la muerte, en Cristo no hay condenación eterna, pero hay una vida verdadera y eterna.
¿Por qué tenemos el mandamiento?
Lutero escribe: “La verdadera intención de Dios es, por lo tanto, que no permitamos que ningún hombre sufra daño, sino que mostremos todo el bien y el amor. Y esto, como se ha dicho, tiene como objetivo particularmente a nuestros enemigos. Porque hacer el bien a los amigos no es más que una cosa común, una virtud gentil, según la palabra de Cristo en Mateo 5:46ss.”
Además, devemos recordar que el amor de Dios en nosotros es la motivación de nuestra acción de amor. En 1 Juan 4:19 nos habla: “Nosotros amamos porque él nos amó primero”.
“La vida humana depende de la interacción con otros seres humanos. La vida comienza y se desarrolla por la interacción de los padres y con los padres. Cuanto más evoluciona la vida, más necesita uno al prójimo. El prójimo se convierte en un agente de vida, porque el prójimo nos proporciona los recursos que necesitamos para vivir. Todo el bien que Dios quiere hacer por nosotros, lo hace a través de nuestro prójimo que nos llama, nos da prestigio, nos hace felices, nos provee de recursos, nos viste y nos alimenta…”
En la explicación del artículo primero del Credo, Lutero señala que Dios “pone a todas las criaturas al servicio de nuestro provecho y de las necesidades de nuestra vida”, de modo que “ninguno de nosotros tiene vida propia”, sino que depende del prójimo y de los recursos que Dios pone a nuestra disposición. Esto también nos compromete a ser agentes de vida para nuestro prójimo, a estar siempre disponibles.

(1)Licenciado en Teología por la Universidad Luterana de Brasil (ULBRA), 2014, Canoas, RS. Postgrado en Teología y Pastoral de la ULBRA (2016). Estudiante de maestría en el Seminario Concordia. Pastor de la IELB (Iglesia Evangélica Luterana do Brasil) y Misionero Alianza en Madrid, España.
