Sermón para Santísima Trinidad

TRINIDAD, BAUTISMO Y REGENERACIÓN EN EL EVANGELIO.

 

SAN JUAN 3, 1-17 

Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? 10 Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? 11 De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. 12 Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? 13 Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. 14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, 15 para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.

Buenos días, a todos los congregados aquí.

Celebramos este domingo la Santísima Trinidad. Tras el día de Pentecostés en el que la Iglesia recibió al Espíritu Santo, como Espíritu de Cristo para dotarla en su misión, que no es otra que dar a conocer la plena obra del Padre, mediante la obra plena del Hijo en la cruz, por medio de la intervención plena del Espíritu Santo, para abrir nuevamente las puertas cerradas a la presencia de Dios al hombre pecador. Esta obra, fruto del dialogo del Dios Trino Santo, Santo, Santo, permite volver al hombre al paraíso. El año eclesiástico no puede dejar atrás esta debida celebración a la Trinidad, a pesar de que es nuestro inciso en el servicio divino de cada domingo.

El Evangelio que hemos leído es la Palabra incontestable de Cristo hablando al hombre común de hoy. Aunque Nicodemo es un hombre teológicamente docto para entrar en un diálogo con Cristo sobre cualquier cuestión relacionada con el Antiguo Testamento, Cristo no viene a debatir sobre cuestiones históricas o teológicas, tan comunes entre fariseos y los miembros del Sanedrín o los sacerdotes del Templo. Cristo se dirige a Nicodemo para preguntarle sobre su fe personal. Jesús, el Mesías, sabe que él es creyente y espera su venida ¿Quién es el Mesías? El que tiene el Espíritu Santo para proclamar y hacer señales. ¿Cómo podía tener acceso al Mesías? Cristo quiere enseñárselo.

Tiene poco sentido que sepamos mucho acerca de Dios, pero no tengamos una relación, primero comunitaria y, después, personal con Él. Cristo ha venido a este mundo a ofrecernos la salvación sobre la propia entrega de su vida, pero también a enseñarnos ¿Cómo se hace para ser un cristiano, un Hijo de Dios?

Nicodemo no lo tiene claro. Cristo sí lo tiene claro y va a entrar en un diálogo donde hace tres aseveraciones absolutas como acercamiento a la gracia de la salvación, que reafirma con la fórmula de los tres “amén”, como una forma de reafirmar la veracidad de lo que está enseñando.

De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.”

¿Quién puede VER el Reino de Dios? Cristo le muestra a Nicodemo que para discernir el reino de Dios solo es posible para quien nace de nuevo. No se trata de reformarse, de contenerse, de repetir sin errores la vida volviendo sobre nuestros pasos. Es necesario que haya una sobrenatural renovación de la vida que ha sido expuesta a la mancha del pecado, sus acciones y sus consecuencias en nosotros. El hombre es un hombre herido. Somos seres heridos y contaminados por las consecuencias del pecado. Sin embargo, la cuestión de nuestra separación con Dios no es su venganza por nuestra desobediencia, sino su Santidad inmaculada, perfecta, que nos condena a vivir separados de Él. Delante de su Santidad no cabe nada que no sea santo como Él. Isaías ha visto a Dios y cree que, por ello, por haber estado ante el Santo de los santos, definido en su Triple ‘Qadoshía’: ¡Santo, Santo, Santo!, va a morir. Pero el serafín se acerca con el mismo fuego y pureza de la presencia santa de Dios y toca el instrumento que lo consagra a Él: Su boca para hablar con Dios y proclamar su nombre. Isaías, queda sobrenaturalmente limpio, santificado, sin culpa ante Dios. ¿Cómo es esto para nosotros? Cristo se explica:

“De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.”

Cristo inaugura su ministerio público en su bautismo, pero no lo hace en arrepentimiento de sus pecados, porque Él es Santo, sino en la afirmación obediente de ir a la cruz por nosotros. Así, Cristo nos está mostrando el camino para que lo sigamos, de forma que entremos en el reino. Nos bautizamos en obediencia a Cristo para el perdón, la remisión de nuestros pecados y la recepción del Santo Espíritu, que nos regenera para tener acceso a su presencia y a su plena comunión en la normalidad de la vida del Reino, su comprensión y disfrute, así lo discernimos. Ésta se opera sacramental y misteriosamente por medio de la obra del Espíritu y la Palabra de Dios, de arriba, de donde viene todo bien para el hombre, con el agua, el elemento de esta tierra que significa nuestra limpieza y santificación. Es un acto de fe, su cambio en nosotros no lo obramos nosotros, sino que es totalmente una obra divina, de la que nos beneficiamos, con la que queda Dios totalmente satisfecho, en base a la obra de Cristo. Para este mundo, esta realidad puede parecer absurda, sin sentido, infantil o primitiva. Difícil de creer, por ser excesivamente sencilla. Nicodemo, mira a Cristo con cara de asombro, sin embargo, la serpiente sobre un bastón en el desierto obró el milagro de sanidad por el veneno de las serpientes en otro puro acto de fe para ser salvados de la muerte.

“De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio.”

Tras leer el contenido de este versículo, nos hace preguntarnos “¿Quién entendió la mente del Señor? …Porque de Él, y por Él y para Él son todas las cosas.” El gran misterio es por qué Dios tiene tanto interés en salvar al hombre. El uso del plural en esta afirmación implica la clara acción de la Trinidad en nuestra salvación y en nuestra santificación. Se han conjuntado, se han distribuido las funciones, se hacen presentes los tres en la recreación del hombre, después del error cometido en Edén, para que el maligno no se salga con la suya de destruir a su ser más amado: El hombre, la humanidad. En medio de lo difícil de creer que tal gesto sea suficiente para ver y entrar en el reino de Dios solo el amor de Dios por nosotros puede superar nuestro miedo y desconfianza. Dios cree más que nosotros y eso nos anima a dar el salto confiado en la gracia de su amor “…para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Cristo acaba por contestar a Nicodemo asegurando la veracidad de sus afirmaciones, el sello que lo confirma es ser segunda persona de la Trinidad, que él proclama y enseña de lo que sabe ciertísimamente, que lo que han visto Él, el Padre y el Espíritu es lo que testifica ante los hombres en el Evangelio. Nadie puede añadir a esto, su propio esfuerzo, sus obras, su deseo de ayudar a Dios, sino solo la fe en lo que Cristo proclama en nombre de la Trinidad que nos da acceso al perdón y la salvación y a la santificación de nuestras vidas. Simplemente hemos de recibir el testimonio de Cristo y creer a su afirmación. Nosotros estamos capacitados por nuestra condición caída a condenarnos, Cristo ha venido, no a condenarnos, sino a salvarnos plenamente para su reino, para Él. A él sea la gloria por los siglos de los siglos, sostenidos con firmeza en esta fe y defendidos por Él de toda adversidad.

AMÉN.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on junio 1, 2021

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