Sermón del 14 de marzo

Sermón Cuarto Domingo de Cuaresma: “Laetare”

Texto: San Juan 6:1-15

14 de marzo de 2021

Pr. Felipe Lobo Arranz.

Iglesia Luterana Española.

San Juan 6:1-15 (RV60)

     “Después de esto, Jesús fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias. Y le seguía gran multitud, porque veían las señales que hacía en los enfermos.  Entonces subió Jesús a un monte, y se sentó allí con sus discípulos. Y estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos.

Cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman éstos? Pero esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer.

Felipe le respondió: Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?

Entonces Jesús dijo: Haced recostar la gente. Y había mucha hierba en aquel lugar; y se recostaron como en número de cinco mil varones. Y tomó Jesús aquellos panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los discípulos, y los discípulos entre los que estaban recostados; asimismo de los peces, cuanto querían. Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada.

Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido. Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Éste verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo. Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo.”

 

Queridas hermanas y hermanos en Cristo,

Que la misericordia constante de Dios nos sonría en todas nuestras necesidades del cuerpo, del alma y del espíritu, conforme a su generosidad en el amor que nos tiene como a hijos e hijas de Dios. Amén.

Estamos en el cuarto domingo de Cuaresma en el que se nos invita a alegrarnos por el gran alimento que de Cristo vamos y hemos recibido como antesala de su obra redentora. El Evangelio de hoy nos hacer recordar la experiencia que el pueblo de Israel tuvo con Cristo en la multiplicación de los panes y de los peces. La gente le seguía por los milagros que hacía, pero Cristo no tiene ningún afán de ser un personaje público, Él sigue buscando la tranquilidad para estar en comunión con el Padre y con sus discípulos.

Llegó el momento en que más y más gente se unía al grupo en el que iba, un mínimo de 20.000 personas va tras Él, como sus descendientes siguieron a Moisés en el desierto del Sinaí 1400 años antes. El día fue largo, el hambre y la sed apretaba a la multitud y nuestro Señor, sentía compasión por ellos. Sí, le seguían por interés, pero le seguían por que tenían fe en que Él era el Mesías que habría de venir para liberar a Israel.

En boca del apóstol Pablo, Cristo quiere inaugurar su reino nuevo, donde se ponía fin al pueblo judío en la carne y sus tradiciones, que teniendo solamente la Ley como referencia, necesitaba el Evangelio, es decir a Cristo y su salvación de gente que nacería por el bautismo y el Espíritu Santo a otra nueva realidad como pueblo también espiritual. Sería un buen creyente no el judío de nacimiento, sino aquellos que le conocieran confiando en su promesa de vida eterna. Ya no serían hijos de la esclava Agar, sino hijos de la promesa, de Sara, mujer de Abraham, padre de la fe en quien somos benditos sobre la tierra.

Jesús toma el lugar del afanado Moisés, que tiene que enfrentarse a la agresión del pueblo por el hambre y la sed que tienen tras salir de Egipto: ¿Quién les daría de comer y beber? Cristo mismo, les dio el maná, las codornices, el agua, y nunca les faltó nada durante 40 años de desierto. ¿Qué pasará ahora con el pueblo que le sigue?

Sintiendo una profunda compasión, por el llanto y cansancio de las mujeres, los niños, los ancianos, le pregunta a Felipe y a sus discípulos: ¿Quién les dará de comer? Los discípulos no entienden nada. No identifican la escena que leían en la sinagoga en el relato del Éxodo y el Deuteronomio acerca de Moisés en el desierto. Contestan, que no hay dinero ni víveres para la ingente multitud. Cristo les prueba y se ríe por dentro. Él sabe lo que va a hacer, como Moisés vio caer el maná cada mañana temprano para que el pueblo se alimentara sin límites, y sin guardar nada para otro día, salvo el sábado.

Jesús ordena que la gente pare. Y sigue enseñando a sus discípulos: ¿Hay dinero en el fondo? -No hay dinero suficiente- 200 denarios, salario del día de 200 personas, no les daba ni siquiera para empezar. ¿Alguien tiene algo en alguna bolsa que pudiera comerse? -Sí, contestan los discípulos cinco panes de cebada y dos peces- Ordena que la multitud se tumbe en posición para comer sobre una mullida y confortable hierba verde y tras dar gracias al Padre, partió el pan, multiplicándolo, así como los peces.

La gente atónita comió hasta llenarse como sus padres en el desierto, recogiendo doce cestas llenas, una cesta por cada apóstol, quienes tendrían que alimentar a la Iglesia tras la obra de Cristo en la cruz, su muerte por nuestros pecados, su resurrección y su ascensión. Hoy nosotros seguimos comiendo su cuerpo partido con la fracción del pan y su sangre vertida para el perdón de nuestros pecados, alimentados por su Palabra santa y sus sacramentos, que nos muestran el camino de su promesa de salvación y perdón a todos los que han creído en su nombre y que seguimos mirando a la cruz para el perdón de nuestras debilidades y necesidades, hasta su segunda venida.

Cristo no permite que ninguno de los alimentos por los que dio gracias se echara a perder, mandó a que se recogieran y que nada se perdiera,  pues lo que Él y el Padre han bendecido ha de ser completamente consumido, como hoy también hacemos cuando consumimos todo el pan y todo el vino, sin que lo que ha sido consagrado se trate como algo común, pues es el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor en su misterio infinito, a la que debemos respeto y cuidado. Esto no es una ley tonta de curas con exceso de celo. Como decía mi abuela: – “Hijo el pan nunca se tira, si acaso se besa se aprovecha, porque nos lo da Dios.” Si dejamos de respetar lo que Cristo considera santo y reservado a los que están en una consciente comunión con Él, delante de nuestros hijos y nietos, estaremos dando un mensaje equivocado sobre el mensaje de la fe y del auténtico significado de lo que el Señor con su presencia nos da en el servicio divino. Por si queda duda, Cristo lo ordena.

Cristo, pan de vida y perdón, sigue dándonos nuestro pan material y espiritual cada día, dejándonos con su paz y bendición el aliento y sus fuerzas para seguir caminando como su Iglesia. Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on marzo 15, 2021

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