Sermón del 22 de noviembre

Sermón del Último Domingo del Año Eclesiástico.

                                L´Alfaz del Pí, 22 de noviembre de 2020.

EVANGELIO San Mateo 25:1-13(RV60)

 Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; más las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.

 

Queridos hermanos y hermanas en el Señor,

Si hay algo opuesto a un funeral es una boda. Una boda es todo lo contrario, aunque los sentimientos también están encontrados en nosotros, la alegría por el evento de ver nacer una nueva familia y ver el triunfo del amor es muy grande, todo es amor, confianza y esperanza.

Nosotros, los hijos e hijas de Dios, tenemos ganas de boda, porque vivimos en este mundo en el funeral de nuestra lucha contra el mal, batallas que perdemos en ocasiones, a pesar de saber que Cristo ha vencido en la cruz por nosotros y hemos ganado la guerra. Muchos están esperanzados, con fe y amor, aunque están heridos, les faltan brazos o piernas, tenemos metralla en el cuerpo, y algunos dolores en la resistencia al lado de Cristo.

Necesitamos la fiesta de la vida, fiesta que celebramos en la mesa de Cristo. Donde el pecado muere, donde Él se convierte en nuestro árbol de la vida y nos revive para seguir luchando, y peleando junto a Él hasta que venga. La Santa Cena augura el final gritándonos que Cristo viene pronto, porque es la antesala de la fiesta de la comunión eterna de Cristo con su Iglesia.

Nuestra fiesta es la esperanza de su venida. Es la venida del novio, junto con sus amigos. Es la fiesta de Cristo y sus ángeles, que nos llevarán en hombros como se hacía con los novios en una boda, hacia la celebración de la vida eterna para siempre con Él, hacia el hogar celestial, como orábamos en la colecta de este día.

¿En qué fundamento mi alegría? ¿En mi obra personal? ¿En mis méritos personales? ¿En la satisfacción por lo bien que lo he hecho todo? En absoluto, mi alegría reside en el mérito de mi Señor Jesucristo autor de toda la salvación. Esta alegría me lleva al sueño del profeta Isaías. Sueño que convierto en mí propio sueño. El sueño de unos cielos nuevos y una tierra nueva, donde more la salvación y la victoria de Cristo sobre el mal. Es el sueño de que de lo primero ya no haya memoria, ni venga como un dardo a mi pensamiento en forma de llanto, angustia, paro, necesidad, adioses, renuncias, errores cometidos, desobediencias, enfermedad y padecimiento, tristezas y esperanzas que no se cumplieron. Necesito escuchar, no de un ministro solamente, sino de Cristo mismo, que todo ha terminado, que hay una vida nueva, que hay alegría y gozo sin fin, traídos por Él mismo para mí y para el pueblo santo de Dios.

Un lugar donde el reseteo de Dios no sea hacia la esclavitud y el pecado del hombre, sino hacía el nuevo comienzo de una nueva humanidad perfecta, la humanidad que Dios siempre quiso para Adán y Eva, para mí.

El Señor nos recuerda en esta parábola el hecho de su segunda venida, como hemos leído y escuchado en este día acerca de las diez vírgenes en el día de una boda. No es una posibilidad, sino una afirmación de que Cristo está viniendo, que se está aproximando día a día, sin que nada ni nadie pueda impedirlo.

En una boda, se espera a que venga el novio o la novia. Siempre se espera que sea así, sin ellos no hay nada que celebrar.

Pablo nos recuerda en 1 Tesalonicenses 5:

“… vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina.”

Nosotros somos la novia de Cristo, somos los que esperamos al pie del altar, así es el romanticismo oriental. Acudimos a la cita de nuestra redención total y final. ¿Vendrá el novio? ¿Qué nos dijo el novio? “¡Vendré!” ¿Cuándo? No lo sabemos.  A nuestro alrededor la humanidad caída y no arrepentida de sus pecados, apartando al Hijo de Dios de sí, se han preparado para sentirse seguros y en paz. El espíritu del anticristo que combate y niega a Cristo nos grita: “¡El novio no vendrá! ¿Qué hacéis ahí esperando, perdiendo el tiempo y vuestra vida? Refugiaos en nuestra sociedad y nuestro modo de vivir contra Él y estaréis ciertamente seguros y en paz como nos sentimos nosotros. Pero la novia de Cristo espera en el altar sin moverse, confiada en la promesa de un caballero fiel que la ama más que todas las cosas. La Iglesia sabe que Cristo vendrá y abandona la posibilidad de refugiarse en la falsa paz y seguridad del mundo, que sabemos acabará en destrucción.

Como Lutero nos recordaba: “… en la consumación del mundo, Cristo retornará y resucitará a todos los muertos, y a los piadosos les dará vida eterna y gozo eterno; a los impíos, sin embargo, los condenará para que juntamente con el diablo sufran tormentos sin fin.”

Para la Iglesia el amor significa confianza plena contra toda desesperación y vulnerabilidad. Es amor que confía y espera a la palabra dada por Cristo.

Y Cristo vendrá sin que lo esperemos, como cuando vienen los ladrones en la noche. Por más que estés velando, Cristo nos sorprenderá cuando menos lo esperemos. Esta parábola nos habla acerca de estar preparados.

El novio tarda, porque está celebrando con una parte de la familia su boda, vendrá a por la novia tarde en la noche en cualquier momento. Ha de estar vestida y adornada, hermosa para Él y sus damas acompañantes, unas jovencitas, que tienen tres deberes: 1. Acompañar despiertas a la novia hasta la llegada del novio. 2. Tener preparada las lámparas que iluminarán la fiesta en la noche y ver por dónde pisa la comitiva ante la falta de alumbrado público y la señal de una gran celebración. 3. Tener repuesto de aceite con antelación para toda la noche.

Las acompañantes se dormían y no se daban cuenta que se apagaban sus velas. Las más imprudentes se les olvidaba reponer el aceite o no lo habían comprado. Sin luz en la casa, como señal de estar dispuestos y preparados para la fiesta final de la boda, el novio pasa de largo o se va solo con las que tienen sus lámparas y llegada la comitiva de los novios al lugar del banquete, la puerta se cerraba con los que llegaron puntualmente y no se podía abrir ya hasta terminar la cena, perdiendo así la posibilidad de comer, beber, reír, bailar, saltar, y alegrarse en un mundo lleno de tristezas.

Cristo nos pide: Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir. Pablo le recuerda a los tesalonicenses así como a nosotros hoy que: “no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios.”

Las circunstancias del mundo, hoy, nos ponen contra las cuerdas a incrédulos y creyentes. Los acontecimientos históricos a los que asistimos entran en una dimensión apocalíptica, impredecible, inimaginable por su dimensión y gravedad, donde  la humanidad va guiada por una cuerda invisible que nos lleva hacia el deseo del mal, gobernar plenamente a su antojo a este mundo, pensando que está seguro y apacible en sus manos. Y que Cristo tarda en llegar. Los que así puedan pensar están lejos de Cristo, sus lámparas están apagadas y vacías, necesitan volver a la Palabra y a los sacramentos, es decir al servicio divino por medio de la Iglesia.

Si la ley de Dios nos muestra un Dios de Verdad, que cumple su Palabra, nuestra imposibilidad de creer en la imagen del que vendrá con sus ángeles desde el cielo a nosotros, solo puede venir de nuestra humana condición caída y no de Dios, pero su Evangelio viene a nosotros en la afirmación del Credo mismo: desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos…” y con sus misma palabras verdaderas vertidas directamente al mismo Credo apostólico: “… el Hijo del Hombre, ha de venir”.

Señor, que los que hemos sido juntamente salvados por tu gloriosa obra en la cruz del Calvario, juntamente creamos y afirmemos que vienes como nuestro esposo, para darnos los bienes de la vida eterna contigo y de esta forma velemos y vivamos fielmente junto contigo hasta que veamos con nuestros ojos tu promesa. Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on noviembre 24, 2020

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