Sermón del 23 de agosto

Predicación de la Palabra

Lucas 18:9 – 14 – Congregación Emanuel – Ps. Isaac Machado

Trinidad 11

“Se propicio de mi”

              En el nombre del Padre y del + Hijo y del E.S. Amén.

Hoy escuchamos sobre un sacrificio que agrado a Dios, y otro que fue rechazado por Él. Una oración dirigía a Dios, otra que solo fue hecha para que este hombre se escuchara a sí mismo. Un hombre que piensa por fe y otro que piensa por las obras.

Aquí no hay matices, no hay medias tintas, no hay grises, es Blanco o es Negro, es fe o es obra, es agradable o es rechazado. Y ese es el conflicto al que nos enfrentamos hoy cuando escuchamos su evangelio de nuestro Señor, que nos enseña “el donde y el cómo” Él se ha revelado para ser propicio de cada uno de nosotros.

Dios ha decidido revelarse a nosotros de maneras muy simples: Agua, Pan y Vino ligadas a su Santa Palabra. Y donde es predicada su Palabra y administrados sus sacramentos, Dios está en medio de nosotros.

              Los Altares han sido de gran valor e importancia para la adoración a Dios. Luego de la caída, después de que Dios derramara sangre animal para cubrir la vergüenza de Adán y Eva, sus hijos construyeron altares para dar sacrificios a Dios; luego del diluvio, al salir del arca, lo primero que hizo Noé fue construir un Altar y dar gracias a Dios. Abraham, Isaac, Jacob, construían altares para Dios. Y el templo tenía el gran altar de sacrificio donde corría la sangre para expiar los pecados del pueblo de Dios. Miles de litros de sangre corrían a diario en el Altar. Los pies de los sacerdotes estaban llenos de la sangre del sacrificio porque vivían entre un pueblo pecador.

Pero, aunque tenían todo este sistema sacrificial, muchos sentían una “espiritualidad superior” por conocer más y más la palabra de Dios. Sentían tener una conexión especial con su creador y por eso “no eran como los demás”.

Pero ¿Qué es no ser como los demás? ¿Avaro? ¿Injusto? ¿Ladrón? ¿Adultero?; quizás, en el sentido estricto de la palabra, no somos así, y este fariseo tampoco era así. Pero por el hecho de no ser un ladrón o un adultero, no significa que no soy un pecador que merezco el castigo por todos mis pecados. No significa que “no soy como los demás”

Dos oraciones; una en humildad y otra en arrogancia. Una que no necesita de un salvador y otra que clama y llora por alguien que venga a salvarlo. Y siempre será mucho más fácil reconocer el pecado de los otros que el mío. Y el fariseo, pensando que le hacia un daño a este publicano (que de inocente no tiene nada), más bien, le hace un favor, mostrándole sus pecados para entregárselos a Dios.

Los publicanos eran gente tramposa, gente que se aprovechaba de la gente para cobrarle más impuestos, vivían bien a costilla de desangrar a la gente. Hoy en día, puede que nos quejemos de los impuestos que nos ponen a las cosas, de anualmente pagar los impuestos para que no nos pongan las multas, y al final, cuando se destapan casos de corrupción con el dinero de los contribuyentes, uno se dice: “para que di mi dinero para que otros se lo robases”. Esa sensación que nos genera esto, es lo mismo que sentía la gente en la época de Jesús por los publicanos y este Fariseo; quería ponerlo en ridículo, que toda la gente viera al publicano y lo despreciara.

Ya la gente lo hacía, no hace falta señalar los pecados de otros si no veo mis propios pecados primeros y pido perdón a Dios. Pero mientras este fariseo habla, descubre su corazón a todo el mundo, y muestra esta “falsa espiritualidad” de la cual, ningún ser humano está exento a caer en ella. Este hombre apela a la justicia de sus obras “ayuno”, “doy a los demás” “Diezmo”. Cualquiera que lo ve puede decir, que hombre de fe, pero lo externo solo muestra un poco de lo que somos. Y podemos engañar a la gente, pero a Dios no. Caín creyó que su ofrenda era lo mejor, pero su actitud, su arrogancia, como la del fariseo, no fue bien vista a los ojos de Dios. Y ni el sacrificio, ni la oración llegaron al altar de Dios.

Pero desde lo lejos, este hombre que ni se atrevía a levantar la mirada, por la vergüenza de su pecado, es cubierto por Dios mismo con su perdón, al momento que de su boca salen las palabras “se propició de mí”… pero ¿Qué significan tales palabras? ¿Qué es ser propicio?, es ser favorable, es ser misericordioso, es ser perdonador. Y este es un lenguaje que el fariseo y todos los reunidos entendían.

El propiciatorio, era el lugar en el Arca del Pacto donde Dios se hacía presente y hablaba con Moisés y de donde ofrecía su perdón a su pueblo. De ahí que usemos que Cristo es el “sacrificio propiciatorio” para el perdón de nuestros pecados. Propiciar significa dejar de lado la ira. Dios deja a un lado su ira contra nuestros pecados, no por nuestras súplicas de misericordia, sino por la sangre a la que apelan nuestras súplicas de misericordia, que es Cristo mismo. Nuestro Padre, envió a su Hijo para llevar el castigo de nuestros pecados.

Este hombre, reconoce quien es… no es como los demás, es el más pecador de todos. Este hombre se inclina a Dios y clama lo que un corazón movido al arrepentimiento clamaría: “Dios, no merezco nada más que el castigo por mis muchos pecados. No soy digno de mirar al cielo. Yo soy el pecador, no solo un pecador entre muchos, algunos son mucho mejor que yo, yo soy el primero de los pecadores, el único pecador, porque mi conciencia no ve pecados en el alma de nadie más que en la mía. Ten piedad de mí. Deja a un lado tu ira. Por la sangre de tu amado Hijo, perdóname.”

Y Dios, en el nombre de Cristo, escucho esta oración, este clamor e hizo como le fue pedido. Perdono a este hombre que necesitaba y quería ser perdonado por Dios.

Dios ha tenido misericordia y por causa de su hijo, ya no ve nuestras fallas. No hay nada que gloriarse y si de algo nos tenemos que gloriar es de la cruz de Cristo, la cual nos ha traído el perdón de nuestros pecados.

Por eso, nos alegramos mutuamente, cuando nuestros pecados son perdonados en conjunto, cuando juntos recibimos el mismo cuerpo y la misma sangre. Estamos recibiendo el perdón de Dios, que para nosotros es gratuito pero que a Dios le costó a su Hijo único, el cual fue propicio y hacer propiciación por cada uno de nosotros.

No olvides nunca esa frase: “Señor, se propició de mí”, repítala todos los días, pero no como una confesión vacía, sino como una oración agradable a Dios y que tu Señor va a contestar en seguida.

Y cuando Dios es propicio con cada uno de nosotros, también podemos ofrecer el perdón de Dios a otros y orar por el hermano, no con palabrerías que llegan al techo, sino con palabras de Amor, que llevan a reconocer ante Dios, las necesidades de otros.

El verdadero amor cristiano fluye de fe que nos da Cristo por medio de su evangelio. El evangelio no es la contradicción de la ley. Es la respuesta a la ley. Jesús es la propiciación por nuestros pecados. Él llevó en su propio cuerpo nuestros pecados y la ira de Dios contra todos los pecadores. Sufrió como el culpable para que nosotros, los culpables, fuéramos perdonados por su sangre.

Como cristianos, no ponemos excusas, no pasamos la culpa, no nos comparamos con los demás ni arrojamos ante los ojos de Dios las cosas buenas que hemos hecho que imaginamos que superarán las cosas malas que hemos realizado.

Somos mendigos, esa es la verdad. (fue lo último que escribió lutero y refleja su teología) Estamos esperando recibir la gracia de Dios y la recibimos cuando nos acercamos ante Dios en humildad, reconociendo mi pecado y alegrándome de que mi hermano y yo mismo, he sido perdonado por Cristo. Así, cuando salimos por el umbral de la iglesia, todos salimos perdonados porque Dios ha visto a Cristo y no mi pecado.

Gracias Damos a Dios, por Cristo, el sacrificio propiciatorio que nos justifica y nos lleva al cielo, por la obra que hizo al morir y resucitar por nosotros.

“Se propicio de mí, porque te lo pido, en el nombre de Cristo…. Amén.

 

 

 

 

Categories SERMONES | Tags: | Posted on agosto 25, 2020

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