Sermón del 21 de junio

Segundo Domingo después de la Santísima Trinidad

21 de junio, A+D 2020

Las Dos Mujeres

      Solo hay las dos mujeres, la insensata, y la sabia.  O bailas con una a la muerte, o bailas con la otra a la vida.  Es decir que con Dios, hay solo dos opciones:  el sendero de justicia, o el de perdición.  La puerta estrecha, o el camino ancho.  Un asiento en la cena del reino de Dios, o las tinieblas de afuera, con el llanto y el crujir de los dientes.  Escogéis este día a quien serviréis, al Señor, o a los dioses falsos.  No hay ninguna “tierra de nadie.”  O estás con Dios, o estás contra Dios.

Hoy, en nuestro mundo postmoderno, esto es la verdad más desagradable de todas las verdades cristianas, que un ser humano no puede mantener una posición intermedia entre el Señor y Satanás.  Que no tenemos la opción de fraguar nuestro propio rumbo a la felicidad.  La sensibilidad humanista protesta que la dignidad humana merece la oportunidad de perseguir su propio destino, según sus propios términos.  Y en la corte humana, en este mundo, seguro que sí.

Normalmente y con buena razón preferimos los sistemas que nos dan la máxima libertad para construir nuestra vida según nuestros propios valores.  No es solamente más agradable tener esta libertad; también suele resultar en un mundo mejor, más seguro, más rico.  No perfecto, de ninguna manera, pero una vida terrenal con agencia y responsabilidad es mejor que todas las otras opciones.

Además, en este mundo, no hay entes totalmente buenos, ni tampoco hay muchos entes totalmente malos.  Elegir dónde poner tu lealdad entre dos opciones en el mundo no suele ser una decisión entre blanco y negro.  Hay que navegar por mucha gris en este mundo.

Pero la Palabra de Dios no está preocupada principalmente con los reinos del mundo, que hoy existen, y mañana desaparecen.  La Biblia quiere enseñarnos sobre la eternidad, y los principios del Reino de Dios.  Y en la corte celestial,  no hay gris, no hay ninguna “tierra de nadie.”  Como oímos el domingo pasado con el relato del pobre Lázaro y el hombre rico: o estás con el Señor, según sus requisitos, o estás contra Él.

En nuestra lectura del Antiguo Testamento de hoy, de Proverbios 9, oímos de la Sabiduría, personificada como una mujer que ofrece una cena de vida, una cena de pan, y vino mezclado.  Es parte de una larga sección de Proverbios, en la que aparecen dos figuras femeninas, la Sabiduría, y la Mujer Insensata.  Incluso en el resto de capítulo 9 hay una descripción de la Mujer Insensata y su cena de muerte.  Escuchemos el principio y el final del capítulo, para mejor comprender ambas partes de esta historia, y también nuestra realidad actual.

Primero, de nuevo, la mujer sabia: La sabiduría edificó su casa, Labró sus siete columnas.  Mató sus víctimas, mezcló su vino, Y puso su mesa.  Envió sus criadas; Sobre lo más alto de la ciudad clamó.  Dice a cualquier simple: Ven acá. A los faltos de cordura dice:

             Venid, comed mi pan,

            Y bebed del vino que yo he mezclado. 

            Dejad las simplezas, y vivid,

            Y andad por el camino de la inteligencia. 

      Luego, empezando con versículo 13, la Insensata:  La mujer insensata es alborotadora; Es simple e ignorante.  14 Se sienta en una silla a la puerta de su casa, En los lugares altos de la ciudad, 15 Para llamar a los que pasan por el camino, Que van por sus caminos derechos.  16 Dice a cualquier simple: Ven acá.  A los faltos de cordura dijo:

17 Las aguas hurtadas son dulces,

Y el pan comido en oculto es sabroso.

18 Y no saben que allí están los muertos;

Que sus convidados están en lo profundo del Seol.

Notad como el Rey Salomón, el autor de Proverbios, eligió con atención sus palabras en este alegoría de la Sabiduría y la Insensatez, para mostrar las similitudes entre las dos, similitudes externales, mientras también nos enseña sus grandes diferencias y su oposición extrema.

Entre las semejanzas, ambas se representan con mujeres, anfitrionas de una cena, amas de casa que buscan convidados con quienes puedan compartir su comida. Además, ambas mujeres invitan a las mismas personas, las descripciones son iguales:  Dice a cualquier simple: Ven acá, a los faltos de cordura… Las muchas similitudes me acuerdan de un dicho famoso:  Dónde el Espíritu Santo edifica un templo, justo al lado el Diablo pone una capilla.

El enemigo está siempre imitando externamente a la Iglesia verdadera de Cristo, para engañar a los insensatos, y aun confundir a los fieles.  Hay que distinguir bien entre la verdadera y la falsa.

Gracias a Dios, aunque distinguir así puede ser difícil para nosotros, en este caso Salomón nos ha enseñado las diferencias al mismo tiempo que las semejanzas.  Empecemos al final y procedemos al revés hasta el principio.  La diferencia final y más importante:  la cena de la Sabiduría nos conduce a la vida, por el camino de inteligencia, mientras la cena de la Insensata es el lugar de los muertos, los convidados van al Seol, es decir, entran en el infierno.

Además, la cena de la Sabiduría se prepara ella misma.  Ella mezclo el vino, preparó el pan, y es una comida sustancial, porque ha matado unas víctimas, corderos, probablemente, para hacer la cena muy rica.  Al contrario, la Insensata falta iniciativa y destreza.  Ofrece solo agua y pan, y agua y pan ilícitos, agua hurtada, que supuestamente la hace más dulce, y pan escondido, necesariamente, creo, porque también el pan ha sido hurtado.  Es una comida de ladrones, hecha por una mujer falsa, ignorante e inepta.  No tiene la voluntad ni el poder de hacer buenas cosas, porque ella es malvada.

La Sabiduría es creativa.  Edificó su propia casa, con siete columnas, y tiene un equipo de criadas para ayudarla en organizar y llenar su cena.  Las envía con su invitación por toda la ciudad, invitando a cualquier simple.

La Insensata no hace más que sentarse en la puerta de su casa.  Falta la iniciativa de irse y buscar convidados, solo llama a los viandantes, intentando desviarlos de sus caminos derechos.  Y ella usa la misma mentira de siempre, de que la comida prohibida por Dios sea la comida que debemos tomar, secretamente, en vez de continuar en el camino de inteligencia a la cena sabia.  La Insensata está muerta, y solo quiere atrapar otros en su perdición.   e

Por un lado, el bueno, tenemos una proclamación clara, abierta, y honesta, que conduce a la vida.  Al otro, el mal, oímos de una invitación escondida, ilícita, secreta, que quiere imitar a la Sabiduría para desviar y destruir sus convidados.  Pues, no queda duda sobre cual cena queremos asistir.  Ahora, ¿cómo pueden saber las personas simples, como nosotros, la manera de llegar a la cena de sabiduría? ¿Como tiene lugar esta alegoría en nuestras vidas?  ¿Cuál es, concretamente, la diferencia entre aquellos que comen a la vida, y aquellos que comen a la muerte?

Bueno, como nos enseña el hombre sentado con Jesús a la mesa, los judíos solían pensar que la diferencia era simplemente ser o no ser un judío.  Los judíos, descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, pensaban que ellos tendrían un asiento en el gran banquete del Reino de Dios por derecho, mientras que los gentiles, las muchas naciones no judías, estarían fuera, sin acceso al Pan del Señor.  ¿Y por qué no pensar así?  El Señor había elegido y apartado a Israel, formándolos como una nación propia, distinta, con una forma de vida y culto y dieta diferente, para distinguirlas de las naciones.  Pero los judíos malentendieron dos detalles muy importantes sobre su estatus especial.

Primero, que desde el principio, lo crucial fue compartir no solamente la sangre, sino más bien la fe de Abraham.  Como oímos el domingo pasado, Dios eligió a Abraham y le hizo grandes promesas de bendición, y Abraham creyó a Dios, y su fe fue contada por justicia.  Un israelita insensato rechaza la invitación del Señor, es decir valora algo más que él valora a Dios y la oportunidad de estar con Él.  El insensato muestra así su incredulidad y renuncia su estatus especial, su asiento a la mesa de Dios.  La salvación siempre ha sido recibida por la fe.  Sin fe, uno no puede entrar en el Reino bendecido.

Así es con los primeros convidados en la parábola de Jesús.  La fe verdadera busca comunión con el Señor, porque confía que no hay ningún sitio mejor que estar con Él, que no hay ningún don mejor que las dones compartidos por su mano paterna.  Pero sin tal fe, naturalmente rechazamos a la invitación divina, a nuestra condenación.

El segundo malentendido de los judíos fue sobre la razón de su elección como pueblo especial de Dios.  La elección de Israel no fue porque hubiera algo especial o mejor en ellos.  Tampoco fuera su propósito para bendecir solamente a los descendientes de Abraham, sino para que todas las naciones sean bendecidas por el simiente, el descendiente único y especial de Abraham.  Este descendiente es el Mesías, el Cristo, el Salvador.  Y Salvador no solamente de los judíos, sino de todo el mundo.  Como dijo nuestro salmista hoy, En cuanto a Dios, perfecto es su camino, y acrisolada la palabra de Jehová; Por tanto yo te confesaré entre las naciones, oh Jehová.

Israel existió para proveer el linaje humano del Cristo, el Salvador Divino que se hizo un hombre, para salvar a todos los hombres.  Sí, Dios instituyó una separación temporal entre los judíos y los gentiles, para proteger a Israel de la idolatría, y enseñar su ley, para que supiéramos que el camino de nuestras obras nunca pudiera alcanzar la justicia de Dios y ganarnos una plaza en su reino.  Esta separación de Israel y las naciones fue necesaria y buena, pero temporal, hasta que viniera el Cristo.

En su Cruz, Cristo derribó esta pared intermedia de separación entre judíos y gentiles, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.  En Cristo hay unidad para todos los seres humanos, porque Él ha pagado la deuda de los pecados de cada uno, de todos los judíos y todos los gentiles.  Hoy podemos decir que Cristo ganó la salvación para todos los cristianos, y para todos los incrédulos.  La única diferencia que queda es que, por la fe en Cristo, los cristianos se hacen sabios, sabios a la salvación por la pura gracia de Dios.

Entonces, tenemos la razón de confesar al Señor, entre nosotros y entre las naciones.  Porque la fe sabia y salvadora está creado por esta Palabra confesada y predicada por los criados y criadas de la Sabiduría.  Los simples incrédulos necesitan oír este mensaje.  Igual los simples creyentes.  Porque hay otra división que necesita ser derribado diariamente, la división que hay en mi propio ser, la enemistad entre mi naturaleza, y el nuevo hombre creado en mi por el Espíritu Santo.

Yo también soy él que tiene división, en mi propio ser.  Señor, creo; ayúdame en mi incredulidad.

Porque el Señor quiere llenar su cena, el sigue buscando y creando, por la fe, más convidados, buscando los ciegos y cojos en las plazas y calles y caminos y vallados, y también entrando en el alma de cada uno de nosotros, para derribar de nuevo nuestra incredulidad, y levantar otra vez la nueva criatura que solo quiere comer el pan y el vino bien mezclado de la Sabiduría.

De este banquete celestial tenemos un anticipo especial, el Evangelio que comemos y bebemos.  Por la maldición de la pandemia y también por el hecho que estamos esparcidos en 25 cinco ciudades de España, desde hace mucho, no hemos disfrutado de la Sagrada Comunión.  Hoy en Cartagena, y poco a poco en las semanas que viene en toda la Iglesia, el Señor va a darnos acceso de nuevo a esta bendición tan especial.  Algunos por riesgos elevados del Covid19, tendrán que esperar más.  Tenemos que hacerlo con precaución y en la mejor manera posible, y todavía entendemos que habrá un riesgo.  Estos son asuntos del mundo, muy de gris, que nos obstaculizan acercar a la Mesa del Señor.  Con mucho amor y paciencia para todos, naveguemos este camino juntos, regocijándonos con aquellos que puedan comulgar hoy, y orando los unos por los otros, pidiendo al Señor que pronto todos podamos recibir de la mesa de Él quien es nuestra paz.

Lo hacemos con humildad y confianza, porque sabemos que Cristo, la principal piedra del ángulo de la Iglesia, nos llama a sí mismo, para recibir todos sus dones, así dándonos entrada por un mismo Espíritu al Padre, para la vida eterna, Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on junio 23, 2020

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