Sermón del 14 de junio

Sermón de Lutero adaptado para el primer domingo después de Trinidad.

Fecha: 22 de junio de 1522.

SERMÓN

Los Evangelios nos han ofrecido hasta ahora numerosos ejemplos de la fe y del amor, esto es su propósito, darnos una enseñanza acerca de estos dos temas fundamentales.

Y sabéis perfectamente que ningún hombre puede agradar a Dios, a menos que, tenga esa fe y ese amor.

En nuestro Evangelio de hoy, el Señor nos presenta a dos personajes con un alto contraste para que nos infunda repugnancia y nos haga aferrarnos fervientemente a la fe y al amor.

Un hombre, el rico, que vive en incredulidad y crueldad.

Y en el pobre Lázaro, con su vida de pobreza adherido a la fe.

Podemos ver con el rico y Lázaro ejemplos de incredulidad y fe. Hace pensar que Jesús no llame por su nombre al rico y, en cambio, sí que utilice con el pobre su propio nombre “Lázaro” cuya traducción es “alguien a quien Dios ayuda”. Quizás Jesús quiere decirnos que los hijos que andan en la fe y mediante el camino del amor son reconocidos perfectamente como hijos de Dios. Y pensemos un poco…¿Qué buen Padre olvida el nombre de sus hijos? ¿El buen pastor olvida a alguna de sus ovejas?

Por otro lado, el otro individuo que anduvo alejado del camino del amor no posee esa suerte de ser reconocido como un hijo más sino todo lo contrario, no posee el derecho de ser llamado por su nombre, ya que renegó de ser hijo de Dios abrazando ser hijo del mundo.

Al hombre rico no se le juzga por lo que aparentaba exteriormente en su modo de vivir, pues ese hombre iba bien vestido, su vida lucía y resplandecía con los colores más hermosos y encubría magistralmente la podredumbre que llevaba en su interior. Efectivamente, el Evangelio no acusa al hombre rico de haber cometido adulterio, asesinato, robo, sacrilegio o algún otro delito reprobable también ante la razón humana.

Las cosas puramente exteriores no influyen en el juicio que Dios hace de una persona. Por esto, al juzgar al hombre rico no hay que detenerse en la mera apariencia externa, sino que hay que escudriñar su corazón y juzgar su espíritu. Observar los frutos que genera la fe en él.

El Evangelio tiene una vista muy aguda y penetra con su mirada hasta el fondo mismo del corazón; Y si queremos examinar la vida de este hombre rico para ver si hay en ella frutos de la fe, encontraremos un corazón comparable a un árbol malo, un corazón sin fe.

Es más: los que confían en su propia perfección creen que disfrutar de esta manera los placeres de la vida es un derecho que les asiste y que tienen bien merecido con su vida impecable. No ven cómo se hacen culpables con este su comportamiento, a causa de su incredulidad que le empuja a solo aferrarse a los bienes materiales de este mundo.

De este pecado nace el otro: que el hombre rico se olvida del amor al prójimo; pues al pobre Lázaro le deja echado delante de su puerta, sin prestarle la menor ayuda. Y aunque no se hubiera querido molestar personalmente en ayudarle un poco, por lo menos podría haber dado una orden a sus servidores para que trasladaran al pobre mendigo a un establo y cuidaran de él. El hombre rico no tiene el menor entendimiento de Dios ni experimentó jamás cuan bueno es Dios. Pues el que no siente la bondad de Dios, tampoco siente la desgracia de su prójimo. La fe tiene la característica de que espera y confía en el solo Dios como dador de todos los bienes.

Y tal conocimiento a su vez produce en él un corazón blando, lleno de compasión, de modo que desea fervientemente hacer a todos sus semejantes el bien que él mismo ha experimentado de parte de Dios.

La Fe Demuestra su Vitalidad Mediante Obras de Amor

Hermanos…, donde hay fe, ésta no busca los vestidos de lujo ni las comidas exquisitas, más aún: no busca ningún bien, renombre, placer, rango, ni ninguna otra cosa que no sea Dios mismo. Lo único que ansía, lo único a que se aferra es Dios, el Bien supremo. Lo mismo le da comida selecta o comida de pobres, ropa de gala o ropa humilde.

En su corazón se mantienen libres de estas cosas, y si se valen de ellas, es solamente como de recursos exteriores, para servir a su prójimo, como lo expresa también el Salmo: “Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas”.

Lo que hace a Lázaro agradable a Dios es su fe, no su pobreza.

Al pobre Lázaro tampoco debemos juzgarlo solamente por su apariencia exterior, sus llagas, su pobreza y aflicción. Debemos ser conscientes de que la pobreza y los sufrimientos no hacen a nadie persona agradable a Dios; antes bien, si uno ya es persona grata, entonces su pobreza y sus sufrimientos son cosa preciosa para Dios, como dice el Salmo 116 (v. 15): “Estimada es a los ojos del Señor la muerte de sus santos”. Por lo tanto, también en el caso de Lázaro debemos escudriñar el corazón y buscar allí el tesoro que hizo tan estimadas sus llagas. Sin duda, este tesoro fue su fe y su amor; Lázaro tenía un corazón tan lleno de confianza en Dios, que aun en medio de tamaña pobreza y miseria esperaba de Dios todo lo bueno y se consolaba con la misericordia divina, Con esta bondad y misericordia de Dios se contentó tan completamente, y halló en ellas tantas satisfacciones, que con gusto habría padecido otros infortunios más si la voluntad de su Dios benigno lo hubiera dispuesto así. He aquí una fe verdadera, genuina, viva; esta fe de Lázaro, a la par que le hizo reconocer la bondad divina, produjo en él un corazón blando, de modo que nada de lo que hubiera tenido que padecer o hacer, además de lo que ya de por sí estaba padeciendo, le habría resultado demasiado gravoso. Así es, cuando la fe experimenta la gracia de Dios: una fe tal dispone al corazón para acatar la voluntad del Señor.

De esta disposición del corazón de servir a Dios por amor, nace ahora la otra virtud, el amor al prójimo, que alienta en Lázaro la sincera voluntad de servir a todos.

De la naturaleza del pobre Lázaro somos todos los creyentes. Todos nosotros somos “Lázaros” en la verdadera acepción de la palabra, porque todos somos de la misma fe, del mismo pensar, de la misma voluntad que este Lázaro. Y quien no sea un Lázaro, con toda seguridad compartirá la suerte del rico comilón en el fuego del infierno. Pues como Lázaro, todos debemos confiar en Dios con fe sincera, entregarnos a él para que él haga con nosotros conforme a su voluntad y estar dispuestos a servir a cuantos necesiten de nuestros servicios. Y aunque no todos tenemos que padecer las mismas llagas que Lázaro, y la misma pobreza, sin embargo, debe animarnos la misma voluntad y mentalidad que hubo en él, la de aceptar gustosos idénticas cargas, si fuera voluntad de Dios.

Pues, los santos, los creyentes deben ser en su fuero interno de un mismo sentir y de un mismo ánimo, exteriormente no vamos a desempeñar todos la misma función ni padecer los mismos males. Ésta es la razón por qué Abraham reconoce a Lázaro como a uno de los suyos y le recibe en su seno, cosa que no habría hecho si no fuera de un mismo ánimo con él y mirara complacido su pobreza y enfermedad. Esto es, pues, lo que queremos destacar como tema principal y significado del Evangelio del hombre rico y el pobre Lázaro: siempre y en todas partes, la fe lleva a la salvación, y la incredulidad lleva a la condenación.

 

¿Dónde estamos nosotros? ¿Cuál es vuestro propósito en esta vida? Está claro que la voluntad del Altísimo es que nos valla bien, para no pasar penurias y poder vivir en la fe sin agobios y problemas, pero desgraciadamente, estos los vamos a tener…. Vivimos en “zona pecado”, donde su influencia y la presión a la que estamos sometidos externa e internamente por nuestra naturaleza infectada de pecado nos imposibilita, mientras estemos en este mundo, vivir con la Paz definitiva e infinita que tendremos en nuestro hogar celestial.

Y siempre debemos estar alertas sobre esto, no ansiar las cosas mundanas, como hizo el hombre rico, porque en el mundo donde reina la incredulidad, el hombre se lanza a por estas cosas, pone su corazón en ellas, corre tras ellas y no descansa hasta haberlas alcanzado. Y una vez en posesión de ellas, se deleita y se revuelca en ellas como el cerdo en el barro. Parecería que no existiera para él felicidad mayor. Pero esto es un espejismo, que dura apenas tiempo, el hambre y sed de deseo va a seguir, atormentándonos y empujándonos a lograr, como sea, lo que creemos que nos va a hacer felices.  ¡No cometamos el error del hombre rico! Llegará el momento de ser juzgados y nos gustará que Cristo nos llame por nuestro nombre.

Como hijos de Dios, declarados en nuestro bautismo, tenemos una gran responsabilidad, llevar dentro de nosotros la Cruz de Cristo mediante el amor. Cristo, enviado por el amor infinito del Padre, padeció y dio su vida por nosotros en el Gólgota para luego culminar su misión en su resurrección venciendo al pecado y por consiguiente la muerte. Nos ofreció su cuerpo y sangre y pronto podremos participar en la Santa Cena que tanto echamos de menos, por la terrible pandemia, donde podremos compartir, de nuevo, ese cuerpo y esa sangre. De momento la Palabra nos está alimentándonos espiritualmente hasta que llegue ese momento óptimo del encuentro congregacional.

Lázaro triunfó y esto es un Triunfo para cada uno de nosotros, fue el triunfo de Cristo en la Cruz para ti y para mí. Utilizando un símil de un programa de televisión actual …..queremos ganar operación triunfo y nuestro triunfo pasa por ser humildes y antes de nada, reconocer que , por nosotros mismos somos incapaces de triunfar, por lo tanto, pidamos destacar por medio de la fe en nuestro amor al prójimo, ese es el camino que nos llevara a que Cristo nos llame y nos diga a cada uno por nuestro nombre…” …… puedes cruzar la pasarela”.  La pasarela construida con la madera de la Cruz de Cristo, la madera más pura y resistente que puede existir, y que nos conducirá el Reino de los Cielos donde, de una vez por todas, y para siempre no habrá pecado, y, por consiguiente, ni enfermedades ni pandemias. Que el Señor Jesucristo os colme de bendiciones a cada uno de vosotros y a vuestras familias. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on junio 16, 2020

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