Sermón del 31 de mayo

Día de Pentecostés, 31 de mayo, A+D 2020

Fiesta de la Cosecha, Hechos 2:1-21

¡Es tiempo para la Fiesta de la Cosecha del Trigo!  Bueno, aquí en Cartagena siempre hay una cosecha de algo, pero no hay mucho trigo o cebada en nuestro campo; somos más de melones y papas y lechuga.  Pero en Israel, Pentecostés marca el fin de la cosecha del trigo.  Bueno, no sé hoy en día, pero en el antiguo Israel, trigo y cebada se sembraban en el otoño y se cosechaban entre marzo y mayo, más o menos.  Así, es tiempo del cosecha, el momento para celebrar la bondad riquísima de Dios, a través de traerle una ofrenda de las primicias, una pequeña ofrenda a Él, quien nos ha dado todo.  Para los judíos, Pentecostés fue una fiesta de la cosecha, y sigue igual para nosotros hoy, aunque sea una cosecha diferente.

Pentecostés significa quincuagésimo, o cincuenta, es decir cincuenta días después de la Pascua de los Judíos, cuando el Señor ordenó la Fiesta de las Semanas.  Un descanso después de 7 semanas de cosecha.  Siete veces siete es 49, y en el próximo día, una fiesta, para celebrar el fin de la cosecha del trigo.  Al principio de los 50 días, como nos explica Moisés en Levítico capítulo 23, el Señor ordenó que, en el día después de la Pascua, los israelitas ofrezcan las primicias de las gavillas de cebada, que maduró antes que el trigo.  Así, la Pascua también marcaba el inicio de la cosecha del trigo, y Pentecostés, la Fiesta de Semanas, marcaba el fin de la cosecha del trigo.  La cosecha de cereales, que nos proveen el pan de cada día, se está marcada al principio y al fin, con la Pascua y Pentecostés.

Es casi como Dios fuera planificando para un futuro muy lejano cuando explicó esta temporada de festivales a Moisés, 15 siglos antes de los acontecimientos que celebramos hoy.  El Señor aprovecha muy bien del tema de la cosecha en su Nuevo Testamento.  Al mismo tiempo que nuestro Dios, quien nos da el pan de cada día, cumplió su plan para la cosecha de almas, también él marcó el principio y el fin de esta cosecha con la Pascua y el Pentecostés.

Primero, tenemos la Pascua de los judíos, la cual Jesús cumplió y transformó.  Originalmente, la Pascua celebró la liberación de Israel desde la esclavitud en Egipcio.  Jesús hizo el milagro mayor de todos: ganó la libertad de cada pecador, libertad desde la esclavitud al pecado, la muerte y el diablo.  Esta es la cosecha de todas las cosechas, aparte de la cual no hay ninguna esperanza para hombres pecadores.  Porque el paga de pecado es muerte.  Si pecas, la Parca viene para ti.  Si puedes morir, entonces ya sabes que el pecado es real.

Pero en su Pascua, Cristo Jesús te ha quitado tu pecado y su paga, y lo ha llevado en sus propios hombros.  Se convirtió en la Semilla Buena, que cayó al suelo, moribundo, para derrotar ambos el pecado y la muerte, para ti.  En la noche en que fue entregado, Jesús transformó la Pascua de los Judíos, haciéndola una Santa Cena, con Pan Celestial y su Nuevo Testamento, escrito en sangre, para que pudiéramos recibir perdón por su Cuerpo y Sangre, quebrado y derramada en la Cruz la próxima tarde.

Nuestro Cordero de la Pascua ha sido sacrificado, una vez para todos, y por lo tanto nos regocijamos mecer la gavilla de la cebada de fe en la mañana de la Resurrección, cuando Jesús se reveló vivo, la Semilla Buena, ya preparada para dar fruto abundante, hasta 10, o 30, o aun 100 por uno.

No hay nada que falte en la cosecha de almas de Jesús, y sin embargo la cosecha continúa.  Durante 40 días Moisés quedó en el Monte Sinaí, recibiendo el Torá, las leyes y órdenes de Dios.  De modo similar, los Apóstoles estaban con Jesús 40 días después de la Resurrección, recibiendo su enseñanza, abriendo sus mentes para entender las Escrituras, para que pudieran ver que Jesús fue escrito en cada página del Antiguo Testamento.  Luego llenaron las páginas del Nuevo Testamento con él, el Cristo de Dios, revelado plenamente, el centro de toda la Escritura.

Durante 40 días Jesús aparecía, varias veces y en varias lugares, a los fieles, creando testigos de la Resurrección, aquellos que, con los Apóstoles, formaron la Iglesia primitiva.  Entonces, el Día de la Ascensión, cuando nuestro Señor Jesús llevó nuestra humanidad a los cielos; el Hombre Jesús, nuestro hermano por la fe, se sentó en la diestra del Padre, la mano derecha de la majestad.  Así, el Hombre Cristo Jesús gobierna sobre todas las cosas.  Él es la garantía de nuestro lugar en la gloria.  Porque Cristo es la cabeza de la Iglesia, y donde va la cabeza, el cuerpo seguirá, en su tiempo.

Jesús ascendió a los cielos, y mandó a los Apóstoles a esperar, esperar el don del poder desde arriba, la venida del Espíritu Santo.  Y, durante 10 días, esperaban.  ¿Piensas que estaban nerviosos, ansiosos?  ¿Estaban ansiosos como los granjeros, justo antes de la cosecha, ansiosos para empezar la recogida?  El trigo está acabando bien, casi listo, solo unos días más.  ¿Pero, y si hubiera granizo, o un fuego, o lluvias torrenciales, que destruyeran el cereal?  ¿Llegaremos a la cosecha?

No tenemos una palabra sobre si los Apóstoles estaban nerviosos después de la Ascensión.  Pero sí sabemos que en el día apropiado, en el Pentecostés, la Fiesta de las Semanas, la fiesta de la cosecha del trigo, el Espíritu vino.  El Espíritu Santo vino, en lenguas de fuego y a través de lenguas nunca estudiadas, idiomas que los discípulos nunca aprendieron, pero los fueron dados para predicar las maravillas de Dios a judíos desde cada nación en la tierra.  Fue el empiezo de la Misión de la Iglesia de Cristo, el inicio de la cosecha de almas que continúa aun hasta hoy.

Así podemos ver los dos extremos, la Pascua y Pentecostés, la Cruz, y el Santo Bautismo.  ¿Santo Bautismo?  Sí, es lo viene después de la predicación de San pedro, la cosecha de Cristo, 3,000 almas en el Día de Pentecostés, bautizados en el Nombre de Jesús, el Nombre revelado por el Cristo, bautizados en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén.

La cosecha continúa.  Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame.  Sí, el Señor Dios sigue llamando a pecadores, utilizando ambos extremos, el Viernes Santo y Pentecostés, cada uno en su foco adecuado.  Porque necesitamos ambos.

La fiesta cristiana de Pentecostés es el cumpleaños de la Iglesia, la fuente de misión, aquel día alegre y espectacular cuando Dios empezó crecer su Iglesia en serio.  Es gozoso y emocionante y el tema sin fin de nuestro entendimiento de como debemos ser la Iglesia.

Pero, el Pentecostés sin Viernes Santo y la Pascua de la Resurrección sería sin sentido, un encuentro de motivación sin beneficio real.  Porque el Espíritu Santo solo toma residencia en criaturas nuevas, una nueva mujer o un nuevo hombre, redimido y hecho santo ante Dios.  Y la única cosa con el poder de convertir pecadores a ser santos es el Santo de Dios, Jesucristo, quien pasó por la muerte y el infierno para ganar la santidad y la justicia para nosotros.  Si lees más en Hechos capítulo 2, verás que en su sermón el Día de  Pentecostés, San Pedro predicó la Cruz profundamente, la mayor maravilla de Dios, la Pascua perfeccionada en la muerte y resurrección del Unigénito Hijo de Dios.  Todos los dones dados por el Espíritu Santo en Pentecostés vienen directamente de esta victoria de nuestro Salvador Sufriente.

La Pascua Cristiana, la Fiesta del Viernes Santo y la Resurrección, es el punto culminante de las maravillas salvadoras de Dios.  La Cruz y la Resurrección de Jesús es la justicia de Dios, derramada para la humanidad.  La obra salvadora está perfeccionada en Jesús, crucificado y resucitado.  Sin la Cruz y la Tumba Vacía, no hay una Fiesta de Cosecha, porque sin Cristo resucitado, todavía estamos en nuestros pecados, sin esperanza de ser recogidos en el granero glorioso del Padre.  Sin embargo, sin Pentecostés, la Cruz y la Tumba Vacía son eventos históricos a los cuales no tenemos acceso.  No puedes volver 2,000 años y ver Jesús morir y de nuevo vivir, y así llegar a confiar en Él.

Sería como ofrecer tapas sin coste a todos los hambrientos, montar una cartel con la invitación, pero no indicar el lugar y la hora de la distribución.  Buenas tapas de gratis, tal vez con una cervecita hecha de cebada, o trigo, esto suena como buenas noticias.  Pero sin saber dónde y cuándo puedes tomarlas, este evangelio no es realmente para ti.

La Buena Noticia de la Cruz y Resurrección de Jesús es mucho mejor que tapas y cervezas de gratis; el don es perdón pleno y vida eterna con Dios.  Pero queda la pregunta:  ¿Dónde podemos tu y yo recibir este don sin par?  La respuesta es Pentecostés.  Pentecostés es Dios el Espíritu Santo trayendo Viernes Santo y la Resurrección a ti.  ¿Tapas y cervezas gratis aquí? No, mucho mejor, perdón gratuito y vida eterna, aquí, en la predicación de Cristo crucificado, en el Santo Bautismo, en la Cena donde se alimentan los fieles con perdón, y así están unidos al Señor.

En el primer Pentecostés cristiano, hace casi 2,000 años, Dios causó que el Evangelio, la Buena Noticia de Cristo, crucificado y resucitado por pecadores, fue predicado, en muchos idiomas, para que todos podían escuchar, y por el poder del Espíritu Santo obrando a través de esta Palabra, también llegar a creer.  Y así recibieron 3,000 almas la salvación gratuita por el perdón de sus pecados.  Dios ha estado continuando en esta obra maravillosa, hasta este día.  Aun ha dado a este pecador el privilegio de proclamarla en castellano a almas preciosas en España.  Y de verdad, todos recibimos el mismo don, y tenemos el mismo privilegio de contar esta historia a otros en nuestras vidas diarias.

Y así el Espíritu sigue en su cosecha, en el Nombre de Jesús, Amén.

 

Categories SERMONES | Tags: | Posted on junio 2, 2020

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