Sermón del 26 de abril

Tercer Domingo de Pascua – Comer Bien
Pastor David Warner

Ezequiel 34:11-16
Salmo 23
1 Pedro 2:21-25
Juan 10:11-16

¿Conoces la historia de la patata en España? Hoy nos encanta la patata; se dice que es la tercera más grande fuente de calorías en la dieta española. Y que ricas son las patatas. Van bien con la comida sencilla, e igualmente bien con la cocina alta de un restaurante de cinco estrellas. Me alegro de ver, durante mis paseos en el campo de Cartagena, los grandes sacos de patatas rebosando con estas joyas de almidón; se me hace la boca agua imaginar los platos deliciosos que las papas van a adornar.

Pero, aunque los conquistadores de Perú trajeron patatas a España en el siglo 16, la patata no llegó a ser una comida popular para españoles hasta el siglo 19. Y fue necesario sufrir una hambruna para convencer a la gente que la patata fuera un alimento adecuado para personas. Durante casi tres siglos, la patata fue principalmente usada como pienso de animales, y comida de emergencia para los pobres. Pero, debido a una crisis de alimentación, los españoles descubrieron la riqueza de la patata. Y el resto es historia deliciosa.

Es increíble pensar que un alimento tan nutritivo y delicioso pudiera ser despreciado y pasado por alto durante tanto tiempo. Puede ser difícil hacer que una persona o un pueblo entienda como comer bien. Nuestro Buen Pastor conoce esta realidad mejor que nadie. El deseo de Dios es proveer sus ovejas con pastos suculentos, es decir, que cada ser humano coma bien. Pero nunca hemos querido satisfacernos con la buena comida que Dios nos ofrece. Adán y Eva podían comer todo el buen fruto de todos los árboles del jardín, salvo uno. Sabemos de cual árbol eligieron comer, y todos los desafíos de encontrar buena comida empezaron.

El Señor rescató a su rebaño Israel desde la esclavitud en Egipto, y les pastoreaba diariamente, dándoles pan del cielo, el maná, y codornices para comer, cada mañana y cada tarde, mientras viajaba en el desierto, hasta la Tierra Prometida, llena de leche y miel. Pero los Israelitas quejaban, expresando su preferencia para ser esclavos, para poder comer la comida de los egipcios, un pueblo pagano que les abusaba y que buscaba la destrucción de su nación.

Particularmente difícil para nosotros amantes de jamón serrano es entender y aceptar el hecho que el Señor nos da algunos alimentos buenos, pero también nos prohíbe comer otros. Para los judíos el cerdo fue prohibido. Para nosotros, San Pablo nos advierte contra la comida sacrificada a ídolos. Tristemente, como nuestros padres originales, naturalmente pensamos que sepamos bien que comida es mejor para nosotros. Pero, la verdad es que el Pastor sabe mejor que las ovejas cuales pastos sean mejores.

Además, nuestro Buen Pastor quiere enseñarnos que la vida es más que comida, que mucho más necesitamos que Dios libre nuestras almas de la muerte, para que podamos disfrutar de vida real, aunque pasemos un tiempo de hambre. Es decir, comer bien no solamente tiene que ver con calorías y sabores, sino con el sano temor a Dios, lo que es aún más importante que tener tu estómago lleno. Sufrir hambre es, junto con la enfermedad, la tristeza, el enojo y la soledad, una señal y consecuencia de nuestra necesidad fundamental.

Necesitamos ser rescatados en cuerpo y alma, pero solemos enfocar solamente en el cuerpo. El Buen Pastor tuvo que mostrarnos que necesitamos un rescate total, la salvación de nuestro ser completo, cuerpo y alma unidos, para volver a nuestro fin original, lo que es la plena comunión con el Señor en su gloria. Lo que nos impide de disfrutar de esa comunión divina no es hambre, sino pecado.

Que el hambre puede arruinar y finalmente terminar nuestra vida física es consecuencia del pecado que nos separa de Dios. La inmediatez del hambre, igual como el dolor y la enfermedad, nos hace pensar exclusivamente en la parte física de nuestra existencia. Pero la verdad es que el pecado destruye a ambos nuestros cuerpos y almas igualmente. Aunque le duele mucho a nuestro Creador que una criatura sufre un estómago vacío, Él sabe que la solución última para nosotros es curar nuestro problema con pecado, para que podamos tener buena salud eterna, cuerpo y alma disfrutando de la riqueza del banquete celestial, donde los bendecidos disfrutarán de la presencia y bendición eterna del todopoderoso Señor.

Por este fin, el Buen Pastor, el eterno Hijo de Dios, vino a este mundo, y entró en nuestra situación, asumiendo nuestra naturaleza humana en su ser divina, para luego pasar el hambre, la soledad, la tentación, con nosotros, y para nosotros. Jesús enfrentó con todas nuestras dificultades, en la esperanza que comprendamos el sufrimiento más importante, lo cual Él aceptó en la Cruz.

Después de mostrar a través de milagros su dominio sobre la vida terrenal y todos sus problemas, Jesús podía haber establecido un abundante reino terrenal. Pero no, en vez de eso, el Cordero se ofreció su sangre para pagar el rescate del rebaño. El Buen Pastor dio su vida por sus ovejas. Nos mostró como el cuerpo y el alma van juntos, en el temor de y confianza en el Padre, y en amor al prójimo, un amor pastoral, un amor singular, que sufrió en silencio mientras sus propias ovejas rechazaron, atacaron y mataron a su propio Buen Pastor. Su hambre y sed para la justicia le motivaron dar todo, sufrir todo, para darnos la oportunidad de comer bien.

Y ahora, nuestro Buen Pastor, resucitado de entre los muertos, es el vencedor sobre el pecado, el vencedor sobre el diablo, el anciano serpiente y lobo, quien nos tentó a pecar, y todavía nos tienta a pecar, con comida. En Jesucristo, nuestro Gran Pastor resucitado, tenemos la respuesta correcta al error de pensar que la salvación y la gloria se encuentran en ricos platos y despensas llenas. No, no, la salvación y la gloria se encuentran en la comida que nuestro Buen Pastor nos da, sea lo que sea, no importa cómo nos parezca esta comida.

No es que a Jesús no le importa si disfrutamos de buena comida física; recordemos la alimentación milagrosa de los cinco mil, y la distribución de alimentos que los Apóstoles asignaron a los diáconos en Hechos capítulo seis. Pero sin o con suficiente comida terrenal, nuestro Buen Pastor quiere ayudarnos comer bien, hoy y para siempre. Su objetivo es que tengamos la misma confianza de San Pablo, quien dijo: “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:12-13)

El Buen Pastor quiere que entendamos que, para verdaderamente comer bien, necesitamos una comida diferente. La comida de cuerpo y alma unidos que nos fortalezca para la vida eterna. El Pan del Cielo verdadero, quien nos alimenta con su propio ser, divino y humano, para otorgarnos perdón de todos nuestros pecados y una plaza en el banquete celestial.

Entonces, queridos amigos en Cristo, esforcémonos a llegar a la única mesa donde podemos realmente comer bien, la mesa arreglada por nuestro Buen Pastor, la mesa de la alimentación divina, encontrada en cada palabra que sale de la boca del Señor.

El diablo nos distrae con los gruñidos de nuestros estómagos, o con el placer de un plato rico. Nuestro Señor sabe que necesitamos calorías y queremos sabores buenos.

Pero primero, que las ovejas de Cristo aprendamos querer los sabores mejores, de saber y probar del perdón y del amor divino, los cuales Jesús nos provee diariamente. Que nos profundicemos en la Palabra de esperanza, que nos cuenta en múltiples maneras la verdad sobre nuestra necesidad, y como Cristo la ha cumplido.

Mientras pasamos esta hambruna de la Santa Cena, preparémonos para el día en que, de nuevo, podamos comer y tomar la medicina de inmortalidad, la comida milagrosa que combina elementos tan básicos, un trozo de pan y un sorbo de vino, con las sustancias más benditas y poderosas en el universo, el Cuerpo y Sangre de nuestro Buen Pastor, por los cuales el Espíritu nos perdona y nos fortalece, en cuerpo y alma, con la vida eterna de Jesús.

Volver a reunirnos en persona va a ser interesante, tal vez sufriremos algo de miedo cuando venga este día bendecido. Seguramente, vamos a tomar medidas adecuadas para minimizar el riesgo de contagiarnos con el Covid19. Pero sobre todo, oremos que el Señor nos ayude recordar Quien nos viene cuando nos reunimos en el Nombre de Jesús.

Nuestro Buen Pastor nunca nos abandona. Por nuestra fe bautismal estamos con Dios y Dios está con nosotros, cada momento, incluso ahora mismo. Pero Cristo viene a nosotros en una forma especial cuando nos congregamos en persona para recibir su Palabra y Sacramento. Él viene para alimentarnos espiritualmente y físicamente, como un Padre ama su familia reunida, como un Pastor ama a su querido rebaño, que otra vez ha sufrido el terror de los lobos, pero ahora está a salvo de nuevo.

Jesús en la Eucaristía viene para darnos la vida eterna, un anticipo del banquete celestial. Cuando venga ese día, que comamos y bebamos con alegría.

Por esto, no temeremos mal alguno, aunque andemos en valle de sombra de muerte, porque con su vara de justicia y su cayado en forma de una cruz, nuestro Buen Pastor nos da la victoria sobre la muerte, y el ánimo para amar a otros mientras seguimos en esta vida temporal.

Que bendición y privilegio es recibir el deseo y fuerza para vivir sin temor, y amar a los prójimos en cuerpo y alma, especialmente a través de compartir esta buena noticia, el Evangelio del Buen Pastor, nuestro Dios y Señor, Jesucristo. Él nos ha logrado la victoria, y ahora mismo nos está preparando un redil eterno, donde comeremos bien, por los siglos de los siglos, Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on abril 28, 2020

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