Sermón del 29 de marzo

El Quinto Domingo en la Cuaresma – Judica

Génesis 22:1-14, Hebreos 9:11-15, San Juan 8:46-59

En el Nombre de Jesús.
Amén, amén os digo, este Jesús debe morir.

El que es de Dios, las palabras de Dios oye, y en el texto de la Palabra que tenemos hoy, hay varias voces insistiendo que Jesús debe morir. Es crucial.

Este Jesús debe morir. ¿Qué tipo de palabra es esto? Vamos a ver.

Pero primero, deberíamos admitir que el escuchar otra vez de la historia de la casi sacrificio de Isaac nos puso inquietos. ¿Debe morir el hijo de promesa, el único hijo de Abraham y Sara? Todos respiramos un suspiro de alivio al oír que finalmente el sacrificio de Isaac no fue necesario. Nos damos cuenta desde esta historia que ser un creyente en el Señor Dios, un hijo de Abraham por la fe, puede ser una tarea muy difícil. Pero al final, la sangre de Isaac no hubiera tenido más valor que la de un toro o un macho cabrío. Isaac no es el Hijo que debe morir.

Pero que Jesús, hijo de María, debe morir, es la opinión y el deseo malvado de los judíos. Piensan que su odio a Jesús es piadoso, que habían sido legítimamente escandalizados según la ley de Moisés, porque Jesús es obviamente culpable de blasfemia, haciéndose igual a Dios. Por lo tanto, este Jesús debe morir. Los judíos buscando la muerte de Jesús son ciegos, celosos, y tontos. Pero ojo: aunque hay mucha evidencia apoyando la afirmación de Jesús, que Él es el Hijo de Dios, y aunque son sus celos y rivalidades que los motivaron atacarlo, y aunque sus motivos son horribles, los judíos no están equivocados. El hecho que la muerte del Hijo es el plan de Dios mismo no cambia la culpabilidad de los judíos, o de cualquiera persona que rechaza a Jesucristo. Pero es verdad, el Hijo debe morir. Después de todo, estamos reunidos hoy para afrontar la realidad de que uno debe morir para el Pueblo, y este Uno es Jesús.

Hablar de esta necesidad nos hace incomodos, ¿no? Hoy nuestra cultura tiene una relación extraña con la muerte, diferente que en siglos pasados, una relación a distancia con la muerte, una perspectiva que hoy está sufriendo choques por la pandemia de COVID19.

No en cada lugar del mundo, ciertamente, pero en cualquier lugar donde la economía y la estabilidad nos permiten, intentamos esconder la muerte, para poder fingir que no sea un problema importante.

Cada vez más, ponemos los ancianos en casas apartes, instituciones que los sirven bastante bien, pero que también dejan que los hijos y nietos no vean de cerca el acercamiento de muerte. Muchos españoles sirvan fielmente a sus abuelos y padres mayores. Pero no todos. Y aun cuando los hijos y nietos sean fieles, si la abuela no vive en el piso familiar hasta el fin de su vida, la muerte está al menos un poco escondida.

También, alabanzas al Señor, vivimos en un mundo más seguro que nunca. Son más seguros el parto y la infancia. La medicina es una maravilla. Hoy los sistemas están al punto de colapso, pero esto es precisamente porque tenemos la expectativa que en el hospital nos curarán. También los coches y trenes no matan a tantos como en el pasado. Hay muchas otras mejoras similares, y el resultado de aquellos es que la muerte, en vez de ser un compañero constante y una amenaza a todos, es para muchos una tristeza ocasional, infrecuente. Por lo tanto, no es algo de que pensamos mucho.

Sin duda, debemos decir que estas mejoras de vida son bendiciones. Pero al mismo tiempo, nos dejan mal preparados para afrontar a la muerte cuando viene, individualmente a nuestra familia, o especialmente cuando viene en masa, amenazando a todos, como ahora.

Nuestra oración ferviente por el mundo es que el impacto del Coronavirus sea minimizado, que no muchos más mueran, y que pronto la economía pueda arrancar de nuevo. Pero, al mismo tiempo, y aún más, estoy orando que este recordatorio de la fragilidad de nuestra vida mueva a muchos de oír de nuevo las palabras de Dios.

Por lo tanto nosotros cristianos deberían estar preparados de ayudar para que nuestros vecinos puedan entender la Palabra. Porque es cierto que las palabras de Jesús sobre la muerte no son fáciles de comprender. De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte. … Más tarde dirá: “el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. (Juan 11:25-26) ¿Qué quiere decir esto? Los cristianos mueren, como todos los demás. Entonces, ¿está Jesús exagerando, o equivocado, o es loco?

Ninguno de estos. Como Juan explicará en su Apocalipsis, Jesús está hablando de dos muertes distintas: la primera muerte, la que pudiéramos llamar la muerte menor, y la segunda muerte, la mayor. La primera muerte es la muerte física, cuando los pulmones y el corazón paran, y el alma está separada del cuerpo. Cuando el ser humano se preocupe por la muerte, suele ser esta primera muerte.

Sin embargo, mucho más importante y duradero es la segunda muerte, la que es la muerte eterna, cuando, con el alma y el cuerpo reunidos, uno que sea separado de Dios por la incredulidad experimentará la muerte peor, una existencia separada de todo bien, con sólo sufrimiento, sin ningún amor. Cuando el Señor Dios proclama en Ezequiel, capítulo 33 que“Vivo yo, que no me complazco en la muerte del impío, sino en que el impío se aparte de su camino y viva,” Dios está hablando de esta segunda muerte, la muerte eterna, la de sufrimiento sin fin.

Jesús está hablando de la misma en nuestra lectura del Evangelio. La muerte física será una realidad para todos, salvo los que todavía estén vivos cuando Cristo regresa. Una de las consecuencias del pecado es la muerte física. Pero no es la consecuencia peor.

Por lo tanto, este Jesús debe morir. Los judíos sacaron su deseo para la muerte de Jesús desde su orgullo, odio e ignorancia. Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, eligió la muerte de Jesús por amor. Como oímos desde la Palabra de Dios en la carta a los Hebreos, la muerte necesaria de Jesús es la economía del amor de Dios. Jesús muere para que podamos vivir, y tener la vida abundante en la comunión de Dios mismo, como oímos en la epístola: la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo. La vida real, la vida duradera y verdaderamente alegre está dentro de la familia de Dios, dentro de su casa, la cual es su pueblo, la Iglesia. Para ganar esta vida para ti, Jesús quiso morir.

La muerte necesaria y amorosa de Jesús no es solamente la muerte física, aunque esta es la parte que podemos comprender: la Cruz, la sangre, los gritos, el dolor físico. Esta es la parte que los evangelistas pudieron describir con palabras. Pero, junto con la muerte física de Jesús vino también la muerte eterna, el castigo ilimitado de Dios contra el pecado humano, concentrado en un momento incomprensible, el momento que la Iglesia ha llamado “la Soledad.”

¿Cómo podía Jesús sufrir esto? ¿Cómo es posible que Dios muera? ¿Cómo pudiera pasar esto dentro de la comunión perfecta y eterna del Padre, Hijo y Espíritu? En gran parte no podemos contestar a estas preguntas. Tienen que ver con un misterio dentro de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No podemos explicarlo, según la lógica humana. Pero podemos explicar y confesarlo con las palabras de Dios, las cuales nombran esta muerte de Jesús con palabras de esperanza, como: “amor,” “perdón,” “justificación,” “victoria,” “exaltación,” “vida sacada desde la muerte.” Nuestra respuesta sólo puede ser arrepentimiento, fe y adoración.

Este Jesús tiene que morir. No en el día de la confrontación con los judíos de que oímos en las palabras del Evangelio hoy. No, cuando los judíos tomaron piedras para arrojárselas; Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue. Este no era el día de su muerte. Pero este día vendría pronto.

Y la buena noticia para vosotros hoy es esto: consumado es. La muerte necesaria de este Jesús está terminada. He estado predicando en el presente sobre la necesidad de la muerte de Jesús, porque estamos aquí reunidos para oír de nuevo la verdad de la vida y la muerte de Jesús, y su significado para nosotros.

Estamos aquí para recordar y confesar nuestra necesidad, y alabar el corazón bondadoso de Dios. Pero el deber de morir está cumplido. Andamos por el camino cuaresmal al Viernes Santo usando el ánimo y la esperanza de la Resurrección. No hay otra manera. Este Jesús, que murió, más bien, que resucitó, revelando la justicia de Dios que el Espíritu nos da por la fe en Cristo, este Jesús está ahora mismo sentado en la diestra de Dios Padre, cuidando y gobernando sobre todas las cosas, incluso el Coronavirus.

Este Jesús, muerto, crucificado, pero ahora resucitado y ascendido en gloria, ha conquistado la muerte, la primera y la segunda, para nosotros. Y para que podamos confiar en esta promesa maravillosa, Él sigue con nosotros, dándonos su Espíritu, que nos limpió en agua pura, y nos alimenta con su Palabra. Cristo Jesús aun nos alimenta con su propio cuerpo y sangre, dado y derramada por el perdón de todos nuestros pecados. Todo lo que hacemos como Iglesia, en persona, (ojala pronto en persona otra vez), o a distancia, se hace para otorgarnos la nueva vida de Cristo, que nos envuelve en la comunión de Dios, Padre, Hijo y Espiritu Santo, el Dios que ha hecho todo lo necesario, para darnos vida.

Cree en la muerte de Jesús y vive. Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on marzo 31, 2020

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