Sermón del Último Día del Año Eclesiástico

Madrid, 24 de noviembre de 2019

“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que, tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo.

Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.

Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas.

Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas.

Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir”.

San Mateo 25:1-13
Proclamamos la Palabra de Dios en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo. Queridas hermanas y hermanos, amigos todos,

La Palabra del Señor nos enseña que un día Él mismo vendrá a por su Iglesia, lo que nos hace pensar que su obra salvadora final no ha terminado todavía y está cada vez más cercana a producirse o a perfeccionarse. Así lo proclama la Iglesia de Cristo y lo recoge el Credo Atanasiano, cuando nos enseña que:

“… Jesucristo está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; de donde ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, en cuya venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos; y han de dar cuenta de sus propias obras. Los que hicieron el bien (obediencia a Cristo), irán a la vida eterna; pero los que hicieron el mal (desobediencia a Cristo), al fuego eterno.”

¿Quién es la Nueva Jerusalén del libro de Apocalipsis, que desciende del cielo, la que se va a casar con el Cordero de Dios? No es otra segunda esposa para Cristo, sino su única y singular prometida: La Iglesia. Pero no la Iglesia que conoces ahora en este mundo, sino una Iglesia nueva, tan bella, pura y deseable que Cristo, desea casarse con ella. Esta Iglesia es su obra en nosotros, obra que le costó el sacrificio de su sangre preciosa, su cuerpo entregado como precio para tenerla a su lado.

El novio no prepara una casa sin tener un claro objetivo. La intención de Cristo es crear un nuevo hogar con nosotros, Su Iglesia. Contigo y conmigo. Si Cristo habita en ti, tú no eres un invitado más, sino la novia misma, el objeto de deseo del Hijo de Dios.

Este nuevo hogar es una nueva creación de Dios. Como nos recordaba Isaías:

“Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento. Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado…” Isaías 65, 17-18

Esta es la finalidad, hermanos.

Sí, empezamos este relato por el final, para poder comprender la dimensión de esta parábola de Jesús para nosotros. Ésta nos relata una historia real o imaginaria, entresacada de las festividades hebreas. A través de ella, Cristo mismo relata la costumbre del novio que viene a por su esposa después de haber cumplido con el ritual nupcial de atender a las familias de la novia y la suya propia, apareciendo con sus acompañantes en medio de la mayor expectación. La novia tenía que estar atenta y preparada para ser llevada por el novio al nuevo hogar, esta estaba escoltada por jóvenes o jovencitas damas de honor, no casadas todavía, quienes acompañaban a la novia y al novio en medio de la oscuridad de las calles de las ciudades o aldeas de su tiempo. Salir sin luz significaba perderse, tener un accidente o deshonrar el feliz momento de la pareja. Os recuerdo que entonces no había alumbrado público en Palestina.

El feliz novio sale al encuentro de su amada novia, sin previo aviso, como era la costumbre. Incluso podía llegar el caso que la atención y la celebración con los varones de las dos familias se alargara en exceso y el novio llegara de madrugada. El temor de la esposa era que el novio, en su retraso, la hubiera abandonado, por un desacuerdo familiar o por otras cuestiones. Las vírgenes de la escolta nupcial, junto a la novia, esperaban ansiosas de cumplir debidamente con el encargo de la novia de acompañarla alumbrando la comitiva para el resto del trayecto a la casa, mientras cantaban, aplaudían, bailaban, gritaban vivas y buenos deseos para la pareja. Pero, a parte de acompañar a la novia, se pedía a estas jóvenes que estuviesen preparadas con el aceite suficiente para que la fiesta durase más en el tiempo y todos llegaran en la noche a la celebración del banquete.

La parábola de Jesús nos relata un caso donde las damas de honor se durmieron pensando que el novio todavía no vendría y algunas confiadas no compraron el suficiente aceite para alumbrar toda la noche al nuevo matrimonio. Estas jovencitas no preparadas, al final, no entrarían en el convite donde todos los invitados se daban cita, para comer, beber y pasar un rato alegre.

Mateo señala que no actuaron con prudencia y al contrario aquellas que sí se prepararon. Y esa es la cuestión del caso. La prudencia es esencial y agrada al Señor que viene, la prudencia es tomarse en serio esta visitación, es estar atentos a su venida, una atención que se vuelve incómoda para quien espera, pero que tiene su fruto. Queremos ser, de entre las dos clases de doncellas, de las que han comprado el suficiente aceite para el trayecto hasta el gran banquete nupcial. Porque habrá creyentes atentos a esta esperanza y otros muy despistados de ella. Las atentas alumbran la venida del Señor proclamándola y viviendo sobriamente en este mundo, mientras que las imprudentes, no es que hagan algo malo, simplemente no tienen que hacer nada, es decir, seguir como están, dormidas y despistadas, sin iluminar suficientemente la verdad al mundo de esta venida, incluso poniéndola en duda o llegando a negarla, si cabe.

Si bien creemos que la Iglesia universal de Cristo, es la novia y protagonista de la historia, las doncellas acompañantes, también lo son, porque abrazando esta responsabilidad de acompañar a la novia, se convierten en la misma novia, honrándola o deshonrándola en su falta de prudencia. A través de esta parábola, Cristo nos enseña a velar, a estar en la espera atenta de los movimientos del novio que viene, del Cristo que está viniendo ya a nosotros para llevarnos al hogar, al nuevo hogar celestial. Pablo nos recuerda:

“Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá, así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina…” 1a Tes 5, 1-3

Sí, viene como un ladrón que ataca aprovechando de lo sorpresivo de la noche:

“Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón.” 1a Tes 5, 4

Tú ya sabes que Cristo viene. No puedes vivir como las doncellas que no han preparado las lámparas con el aceite suficiente, y yéndose, corriendo en las horas cuando el mercado está cerrado, pierden la oportunidad de disfrutar de la boda. Ni un solo ángel del cielo se permitiría una torpeza así, ante una encomienda del Señor. Tu y yo, no debemos hacerlo tampoco. Hemos de estar preparados para ese momento. Muchos se preguntan cómo prepararse para esto. Pablo nos lo explica de nuevo:

“…somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo.” 1a Tes 5, 8

En la luz que hemos recibido del Espíritu Santo, sabemos que Él viene. Y hablándonos al corazón te lo dice, tu mente te lo recuerda. El corazón te hace confiar por medio de la fe, que nos dio entrada a ser amados y aceptados por Cristo. El amor de Dios que has conocido en tu propia vida te dice que un Dios que te ama no te va a abandonar, sino que vendrá a por ti, y que tienes que compartir ese amor con los demás. Tu mente es puesta a prueba por la seguridad del mismo Espíritu que te confirma, contra toda lógica humana, contra toda desesperación humana, la esperanza que tu salvación plena está cercana en la cierta venida del Señor.

Los reformadores no se preocuparon tanto de los detalles de esa venida como sí de su veracidad, pero sí nos señalan la gran importancia que tiene el momento que hay desde la ascensión del Señor, tras su obra en la cruz y su resurrección y esta segunda venida. Lo hacen siendo serios y honestos en el silencio de Cristo sobre los detalles, pero sí en como prepararnos cada día como si fuera a ser el último para nosotros en este mundo. Para alimentar la fe y la esperanza que nos ha sido dada a cada uno de nosotros, la iglesia insiste en alimentarnos de la Palabra de Dios y de hacerlo sin separarnos de la participación del sacramento del Pan y el Vino, cuerpo y sangre del Señor dado por nosotros para nuestro perdón y fortaleza del cuerpo, del alma y del espíritu, para llegar a la meta final, la presencia de Cristo, preparándonos así para estar guapas y guapos para el día de nuestro enlace con Él. Tal y como Pablo lo relata a los tesalonicenses:

“Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él.” 1a Tes 5, 9-10

Vivir juntamente con el Señor es el final de esta historia, prestando la debida atención a esta promesa, la última que queda por cumplirse. Quiera el Señor hallarnos a cada uno de nosotros y a la Iglesia Luterana Española atentos a su venida. Venida que celebramos en el adviento que inauguraremos en este final del año que queda. Pongamos la prudencia que se nos encomienda en estar mirando al cielo, de donde vendrá el autor y consumador de la fe, nuestro Señor Jesucristo a quien sea el honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amen.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on noviembre 26, 2019

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