Sermón del 20 de octubre

20 de octubre de 2019 d.uC Mateo 22. 34-46

“Maestro, ¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?”(Mt 22.36). Una pregunta bastante básica para aquellos que se decían ser “los maestros de la ley”, para aquellos que se sentían orgullosos de su conocimiento acerca la ley de Moisés.

Estos fariseos siguen buscando la manera de engañar a Jesús. Buscan la manera de encontrar algo, lo más minino, que sirva para destruirlo, para acabar con su enseñanza y poner al descubierto que es un mentiroso, que es otro falso profeta que se ha levantado.

Lo cierto es, que en medio de la trampa y el engaño de estos fariseos, que estaban felices de cómo había callado a sus otros adversarios, los saduceos. Jesús toma nuevamente su tiempo para dejar al descubierto las malas intenciones de sus corazones y les da una lección sobre las dos grandes enseñanzas en las sagradas escrituras: “Ley y Evangelio”.

La ley está escrita en nuestros corazones y nos enseña a vivir bajo ella. En cambio, el evangelio nos enseña a creer en ese Dios amoroso que nos ha dado el perdón. La ley nos dice cuáles son nuestras obligaciones con Dios. El evangelio nos habla de la gracia de Dios para nosotros.

La ley nos promete una buena vida aquí en la tierra si la obedecemos. El evangelio nos promete vida eterna en el cielo por causa de la fe en Cristo Jesús y su cruz. La ley fue dada a Moisés en los Diez Mandamientos. El evangelio es revelado por Jesucristo, el Hijo de David.

No hay mayor conocimiento en el mundo que el conocimiento de la ley y el evangelio.

Los fariseos, a lo largo de su vida, habían enseñado algo totalmente diferente a lo que hoy trae Jesús. Ellos enseñaban la letra de la ley, sin comprender el Espíritu de la ley, que se encuentra en el AMOR. Pero no en cualquier amor, en el amor a Dios por sobre todas las cosas y en el amor al prójimo. Esto era algo que sabía cualquier niño judío porque según la ley en Deut 6 debían aprenderlo en casa, y repetirla en el camino, y llevarlas con ellos en su frente, en su muñeca.

Estos hombres decidieron vivir bajo la ley, crear aún más leyes, porque pensaban que de esta manera estaban ganando el favor de Dios y así, ya tenían el cielo asegurado. Por eso, la pregunta ¿Cuál es el gran mandamiento? Era una pregunta engañosa, querían saber cuál ley escogería Jesús, y Jesús les contesta como está escrito y como Dios enseño “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Y amaras a tu prójimo como a ti mismo” (v.37-39) y para su sorpresa Jesús les dice: “De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (v.40)

La ley requiere amor, y esto es lo más difícil de todo. Podemos seguir las reglas que están establecidas, pero cuando difícil es poder mostrar amor. Por ejemplo, en cualquier país del mundo está penado por la ley matar a alguien, puedes ir a la cárcel o incluso morir por tu crimen, pero en ningún país es penado por la ley decirle tonto, bobo, estúpido o incluso odiar a alguien. Es algo tan natural para el ser humano y decimos: “No pasa nada, con tal, no me tiene que caer bien todo el mundo” Y es cierto, no nos tiene que caer bien todo el mundo, puede que tengamos desacuerdos en nuestras vidas, pero el Espíritu del 5to Mandamiento, en el vínculo del amor nos dice: “cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.” (Mt 5.22) y estas no son palabras inventadas, vienen del mismo Cristo.

La ley de Dios es más que una simple regla que podemos romper o no, piensa un momento en lo que nos dice los Diez Mandamientos. Ellos demandan de nosotros a no poner algo o a alguien por encima de Dios, a no tener una adoración falsa, a no mentir o engañar con el nombre de Dios, a escuchar su palabra con agrado, a que amemos a nuestros padres y superiores, a velar por la vida del prójimo, a preservar las relaciones sexuales dentro del matrimonio, a no robar, mentir o dejar mal la reputación de mi prójimo y a no codiciar absolutamente nada. Estándares muy altos que no podemos cumplir aunque quisiéramos.

La ley no nos puede dar la vida, estos dos mandamientos sostienen toda la ley pero a nosotros nos muestra nuestra incapacidad de amar a Dios, muestra mi incapacidad de poder amar a mi prójima. La ley solamente me muestra quien soy yo, un pecador que merece la muerte por mis pecados, pero también la ley me guía, en el amor, a reconocer la necesidad de un salvador. Y es en medio de ese reconocimiento, que Cristo no nos apunta devuelta a la ley, porque Él sabe que no podemos cumplirla, que no hay salvación en ella.

Al reconocer mi estado y mi necesidad de Dios; Cristo nos apunta a la gracia de Dios. Porque Dios no nos dejó a nuestra suerte, sino que en medio de la condenación el prometió un salvador. Al Cristo y ese es el centro de la enseñanza de Jesús aquí. -“Ustedes conocen mucho la ley, se inventan cosas para quedar bien, pero ¿saben ustedes quien es el Cristo? ¿Saben de quien es Hijo?”. Su ley solo les había enseñado a vivir en esta tierra y solo conocían de esta tierra. Por eso, su respuesta inmediata es: David. Y si bien, Cristo desciende y el evangelista toma su tiempo para narrarnos la descendencia del Cristo. Aquí Jesús revela la naturaleza de la carne pecadora. Que solo ve el hoy y el ahora, solo ve lo inmediato y no puede ver a un Padre amoroso en los cielos que nos llena de su gracia y de su Paz por medio de su Hijo.

¿Cómo, pues, David supo de quien descendía “El Mesías” y estos hombres no? – Porque no sabían en verdad quien era Dios. Dios se les está revelando en la persona de su Hijo y aun así tienen dudas, odios y quieren tentarlo. Solo alguien con el Espíritu de Dios puede saber quién es el Cristo. Porque esto no nos los puede revelar ni carne ni sangre, sino nuestro Padre que está en los cielos.

Cristo es esa simiente prometida que vino para cumplir la ley, y eso lo podemos ver en la cruz, de como Jesús fue obediente a su Padre hasta la muerte, para darnos perdón, vida y salvación. Su cruz es la mayor muestra de amor a su Padre y a nosotros, su prójimo, sus hermanos. Y es por eso, que junto con toda la cristiandad en el mundo entero, podemos confesar quien es el Cristo.

El Cristo es mi Señor, que me ha redimido a mí hombre perdido y condenado, y me ha librado y rescatado de las garras del mundo, del pecado y del diablo; no con oro o plata, sino con su santa y preciosa sangre. Y con su inocente pasión y muerte, para que yo sea suyo. (Cme –Credo). Este es el Cristo que ha venido a mí junto con el Padre y el E.S en las aguas de mi bautismo y han hecho morada en mí.

Este es el Cristo que se acerca el día de hoy por medio de su palabra y me dice: “Tranquilo, hijo/a mío/a yo sé que no me has amado de todo corazón, sé que a veces te ha costado tenerme como tu Dios, sé que has engañado o mentido, sé que no has querido escuchar mi palabra con regularidad y atesorarla, sé que has tenido dudas de si estoy contigo o no, sé que te cuesta amar al prójimo, sé todas tus luchas; por todos esos pecados que has cometido y que cometerás, por eso yo he muerto para darte salvación, yo he muerto para perdonarte. Ahora no hay nada que pueda condenarte, yo te he amado de una manera tan grande que di mi propia vida por ti, y el castigo que te tocaba yo lo sufrí. TODOS TUS PECADOS SON PERDONADOS PORQUE TE AMO”.

Este Cristo hoy se acerca a ti, por medio de pan y vino, cuerpo y sangre y te dice “Esto ha sido entregado por ti para el perdón de todos tus pecados”. Aquí en su cena, está preparado el banquete de la eternidad, en donde todos podemos acercarnos y decir “Señor mío y Dios mío” “Tú, Jesús, eres el Cristo, el hijo del Dios viviente” El Dios que amamos porque nos amó primero.

Jesús es nuestra respuesta a las demandas de la Ley de que amamos al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, y que amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Él es la respuesta porque, en lugar de darnos reglas por las cuales podríamos evadir la ley del amor, él vivió la ley del amor por nosotros en cada pensamiento, cada palabra y cada obra. Él es la respuesta porque en él y solo en él tenemos el poder para amar.

Mi falta de amor a Dios es sustituida por alabanzas a Cristo, mi falta de amor hacia mi prójimo ahora se ve sustituida por la misericordia y el amor de Dios. Por eso, la pregunta a responder aquí no es la del fariseo que vive preso en su ley ¿Cuál mandamiento es el más importante?, La pregunta a contestar aquí y a confesar a todo el mundo es ¿Quién es el Cristo? y ¿Qué ha hecho por ti? – Es mi Señor, mi redentor, aquel que se compadeció de mí, y descendió de los cielos para socorrernos, para darme vida y justicia, para darme salvación. Para devolverme a mi Padre Celestial y vivir bajo su justicia, su sabiduría, su potestad, su vida y su bienaventuranza.

Ahora, tú y yo conocemos sobre el amor, pero no como una Ley, porque en el amor no hay ley que valga. Ahora conoces un amor que te permite amar a Dios y amar a tu prójimo. Un amor que convierte el egoísmo en generosidad y la amargura en misericordia. Un amor que nos cambia, dándonos el deseo de temer, amar y confiar en aquel que nos amó. Ese es la clase de amor que permanecerá para siempre. El amor que Dios nos da por medio de su Hijo.

Por eso, rogamos en el amor de Dios para que no les falta ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, el cual también los confirmara hasta el fin, para que sean irreprensibles en el día de nuestro Señor. (Porque) fiel es Dios, por el cual fuiste llamado a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor, al cual sea toda la honra y gloria, ahora y para siempre. Amén.

Categories SERMONES | Tags: | Posted on octubre 22, 2019

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